En su segundo filme, Milagros Mumenthaler presenta un relato sobre las marcas de la última dictadura militar en la cotidianeidad de una familia, las cuales persisten luego de 10, 20, 30 y hasta 40 años después. Se trata de un drama familiar lleno de matices y sutilezas, aborda desde otro lugar el proceso genocida iniciado el 24 de marzo de 1976.
En concreto, la realizadora de Abrir puertas y ventanas (2011) explora cómo la desaparición de un padre de familia, a manos del terrorismo de estado, repercute en su esposa e hijos, moldeando y modelando sus personalidades, sus acciones cotidianas y el modo en el que construyen sus vínculos.
Basada libremente en el libro “Pozo de Agua”, de Guadalupe Gaona, "La idea de un lago" se centra en la vida de Inés (Carla Crespo), una fotógrafa de 35 años que se encuentra en un estado emocionalmente vulnerable. Recientemente separada, a la espera de su primer hijo y con un libro de fotografías y poemas personales a punto de publicarse, Inés sigue penando ante la ausencia de su padre, desaparecido durante la última dictadura cívico-militar.
El libro es tan sólo la puerta de entrada a los recuerdos de Inés. A partir de allí, el filme nos transporta a su niñez, los veranos en su casa de Villa La Angostura, el auto verde de la familia, etc. Pero claro, el denominador común de todos estos recuerdos (o ideas de recuerdos) es su padre, que está presente aún (y sobre todo) en su ausencia.
Justamente, la relación de presencia-ausencia es el eje central de la obra. Mumenthaler no hace foco en los aspectos políticos o ideológicos de la dictadura. Todo lo contrario: se centra en las profundas consecuencias a largo plazo que tuvo ese nefasto proceso en las familias de los desaparecidos; consecuencias que se manifiestan a partir de la falta, de la ausencia, del dolor. En el caso de Inés (y también en el de su hermano y madre), ese vacío la acecha durante toda su vida, pero se hace carne más que nunca ante su inminente maternidad.
El tratamiento de los recuerdos de Inés es fundamental. Su padre está en pequeños fragmentos de realidad a los que Inés se aferra con todas sus fuerzas: un auto viejo, una foto, el recuerdo de una canción de cuna. El resto son ideas, investiduras de significado y operaciones de reconstrucción que fantasean con lo que su padre podría haber sido, pero que nunca sabrá si fue. Las escenas con las que Mumenthaler retrata esto son deliciosas, en especial la que contempla a una pequeña Inés nadando en el lago de Villa La Angostura junto al viejo auto verde como personificación de su padre.
Es interesante el hecho de que la película no nombra ni siquiera una vez la palabra “dictadura”, “militar”, o “desaparecido”. La directora (y guionista) entiende a la perfección que la potencia emotiva de su historia reside en el drama familiar que está contando, y elige con inteligencia no abarcar más de lo que puede. Sí, la dictadura es un sujeto omnipresente a lo largo de todo el relato, pero no hace falta nombrarlo para hacerlo presente. Como muchos dicen, a veces menos es más.