Lo esencial es invisible a los ojos
Para su segundo largometraje, La Idea de un Lago (2016), la directora Milagros Mumenthaler retoma el contexto histórico del Golpe de Estado que sufrió Argentina en 1976. El film es un guiño, subliminal, a la memoria colectiva y apela como llamado a la reflexión a casi 41 años del mal llamado Proceso de Reorganización Nacional. A grandes rasgos, Mumenthaler suma su granito de arena a la enorme lista de producciones nacionales que mejor interpelan la psiquis del espectador y abordan, exprimiendo al máximo, este capítulo sangriento de la historia nacional, tales como La Historia Oficial (1985), dirigida por Luis Puenzo.
La génesis del largometraje nace con el libro de poesía y fotos Pozo de Aire, de Guadalupe Gaona. Mumenthaler se sirve del libro como elemento de inspiración para construir una visión propia. Una ficción audiovisual, de tinte dramático y documentalista. Busca, a partir de una foto, contar la de una joven treinteañera, Inés Acevedo (encarnada por Carla Crespo), que está embarazada y precisa urgente descifrar la muerte de su padre -militante peronista- desaparecido el 21 de marzo de 1977. Inés es escritora y su objetivo es reconstruir la vida de su padre -y con ella, su memoria- mediante un libro autobiográfico donde ilustra cómo siente esta ausencia. Para ello se vale de fragmentos que le cuenta su madre Julia Novillo Quiroga, también militante (Interpretada por Rosario Bléfari). Estas palabras, junto a las fotos que recopila del álbum familiar, le permitirán rearmar el pasado. Así, la trama gira en torno a su fuerte deseo de conocer qué sucedió y curar esa herida abierta para llevar adelante el nuevo desafío de la maternidad.
La Idea de un Lago es un largometraje de narrativa retórica, marcada por los militantes que desaparecieron sin dejar rastro durante el proceso de la dictadura militar, y que vuelven como fantasmas a reclamar justicia mediante la voz de sus familiares que no los olvidan y buscan reconstruir este capítulo, incierto, mediante escasos recuerdos fotográficos para valerse de ellos como pruebas en post de un sano juicio. Esta premisa es atravesada por una constante postura política a favor de la Juventud Universitaria Peronista. Sin embargo, la directora abandona este nicho partidista y se mete de lleno desde el plano poético que mejor la caracteriza desde su ópera prima, la multipremiada Abrir Puertas y Ventanas (2011).
Aquí no sólo es interesante cómo la fotografía sirve de instrumento para registrar la realidad sino también la directora contrapone la vida versus la muerte en la vida de la protagonista. Pareciera que para que Inés pueda avanzar en el primer plano y darle vida a su hijo, necesariamente, debe realizar el duelo y cerrar esa herida abierta que transformó el presente de esta familia compuesta por Inés, su madre y su hermano, Tomás. Este homenaje real al padre de Guadalupe -la escritora del libro que origina esta ficción- es lo que le da impronta al film. El hecho de que Guadalupe sea la fuente del caso y retrate los sucesos en primera persona ayuda a construir a la perfección los personajes, quienes manejan sus emociones y, a su vez, acallan sus convicciones políticas por miedo a lo que pueda suceder.
Párrafo aparte para la artística del film, que fusiona a la perfección lo visual de la fotografía con el cine. Aquí abundan las locaciones rodadas en los paisajes sureños de la Patagonia argentina -más precisamente, Neuquén-, que aportan su toque mágico. En esta historia nada es casualidad sino causalidad; todo elemento que Milagros incorpora esta perfectamente pensado, incuso la música, que entremezcla las escenas en un perfecto ensueño e ilustra lo incierto de lo real. Esta conjunción de elementos visuales y sonoros son los que intervienen la psiquis del espectador, a través del ojo de la joven Inés, los recuerdos con lo real. Cabe destacar la escena en el lago donde Inés protagoniza una danza acuática con el auto de su padre, un Renault 4 celeste, que se torna caricaturesco frente a la mirada de una niña que percibe las luces frontales como los ojos del auto que cuando prenden y apagan pareciera un parpadeo. En un flash danza y ríe con él. Se la ve feliz, como si estuviese realmente bailando con su padre al ritmo del tema “Sound sound blue… laralaralalaaaaa”. Esta espléndida utilización de la música –vista también en Abrir Puertas y Ventanas– convierten en mágicas escenas de la vida cotidiana, como la que Inés, durante unos 30 segundos, mira una foto que tiene colgada en la pared de su habitación, a modo de cuadro, y pasa a una elipsis que muta de la foto a una escena en tiempo “real”, en clave de flashbacks, donde ella se recuerda de niña con el padre.
Así, a pura emoción, avanza La Idea de un Lago de manera unirideccional con el objetivo de retratar esa ausencia del peor capítulo de la historia nacional como una obsesión. En buena hora aterriza en la cartelera porteña tras su exitoso recorrido por el BAFICI y festivales internacionales de San Sebastián y Locarno. Elogios y aplausos más que merecidos y no sólo a Milagros y Guadalupe sino también al excelente equipo de producción y arte escénico cuya utilería, arte y vestuario con los entrañables objetos ochentosos –hoy vintage- como el teléfono con cable, la radio, entre otros. Aquí, sin duda, estamos ante el universo de lo abstracto, producto de una laguna mental. Estamos ante un drama excepcional, y una infaltable en la lista del 2017 que mucho tiene por ofrecer.