Una pátina suburbana realista.
La elección de la localidad de Berisso como locación, con sus calles tranquilas y casas bajas y ajadas por el paso de los años, circunscribe al film del documentalista del grupo Boedo a un ámbito popular que bien podría ser el de cualquier barrio de clase trabajadora.
No está del todo clara la ilusión de Noemí. Hija de un obrero de un astillero (Sergio Boris) y de una madre a la que no conoció, y sobrina de una tía fanática de la Difunta Correa dispuesta a llevársela a vivir a San Juan, la chica patea los primeros pasos del sendero de la pubertad junto a Sergio, un compañerito de colegio al que las cosas tampoco parecen salirle del todo bien: el flamante trabajo de su madre como empleada de limpieza de un hospital está muy lejos de saciar el apetito de la economía familiar y al padre le importa menos él que su auto. El refugio de los chicos (los debutantes Martina Horak y Joaquín Remedi) empieza a construirse después de una visita al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde un enorme dinosaurio carnívoro genera una curiosidad encauzada días más tarde en la excavación del patio trasero de la casa de ella. En el pequeño cofre que ambos encuentren podría cifrarse la ilusión del título, a no ser porque el debut en la ficción del realizador Claudio Remedi es una de esas películas que está menos preocupadas por entregar respuestas que en acompañar a sus personajes en la aparente deriva natural de sus rutinas.
La ilusión de Noemí no tiene picos dramáticos ni conflictos enrevesados, pero tampoco se arroja a los brazos de la inocencia del punto de vista de sus pequeñas criaturas. Por el contrario, parece transcurrir siempre in media res, repartiendo su atención en partes iguales entre el mundo de los chicos y el de los adultos. Al primero pertenecen las pequeñas aventuras empujadas por la imaginación, la carpa del jardín y la puesta en común de gustos e intereses. Al segundo, las vicisitudes del mundo laboral y vincular de los padres de ambos –el papá de Noemí organiza la proyección de un documental que muestra que “con organización, la lucha es posible” y le tira onda a la mamá de Sergio– y sobre todo una pátina suburbana realista, aspecto nada casual si se tiene en cuenta el origen en el género documental del realizador.
La elección de la localidad de Berisso como locación, con sus calles tranquilas y casas bajas y ajadas por el paso de los años, circunscribe al film a un ámbito popular que bien podría ser el de cualquier barrio de clase trabajadora. Remedi observa con distancia y hace de su cámara el ojo de una tercera persona que muestra sin enjuiciar ni tomar partido, dando como resultado un relato circunspecto. Tanto que por momentos se aleja emocionalmente de sus personajes. Ambas vertientes del relato mantienen un tono acorde a sus circunstancias –lúdico uno; más oscuro y melancólico el segundo–, haciéndolas confluir en un desenlace que deja abiertas las puertas de esa incertidumbre absoluta llamada futuro.