Nunca es tarde para amar (ni para viajar)
En sus cuatro películas previas como director -Generación X (1994), El insoportable (1996), Zoolander (2001) y Una guerra de película (2008)-, Ben Stiller había demostrado una infrecuente capacidad para la comedia negra y satírica, así como para el gag a puro humor físico (heredero de la clásica screwball comedy), pero sin descuidar la sensibilidad y hasta cierta nobleza de sus muchas veces patéticos y tragicómicos personajes.
Luego de dos décadas de compleja producción (decenas de reescrituras y de cambios de estudios y de elencos), Stiller regresa como realizador y protagonista de esta muy libre remake del film de 1947 dirigido por Norman Z. McLeod con Danny Kaye, Virginia Mayo y Boris Karloff (a su vez inspirado en el cuento de dos páginas publicado por James Thurber en 1939 en la revista New Yorker), en la que gana en delirio visual, pero pierde bastante en su capacidad de provocación. Es que La increíble vida de Walter Mitty -sobre todo en su segunda mitad- abandona su veta más absurda (era una suerte de cruza entre el cine de Wes Anderson y el de Aki Kaurismäki) para convertirse en algo bastante parecido a un cuento de hadas, un viaje iniciático y transformador, una alegoría bien propia de estas épocas navideñas y hasta con un dejo de autoayuda y espiritualidad new-age. De todas formas, si el resultado final no es enteramente satisfactorio, se trata de una experiencia rica y bastante más valiosa de lo que la mayoría de los críticos estadounidenses ha descripto.
Stiller es Walter Mitty, un perdedor que ha pasado 16 de sus 42 años como encargado de la sección de negativos de la mítica revista Life. La publicación ha sido adquirida por un holding que envía a un joven y despiadado ejecutivo (Adam Scott) para editar el último número en papel y convertirla luego en un medio digital. Sean O'Connell (Sean Penn), famoso fotógrafo que vive de aventura en aventura por todos los rincones del planeta sin que nadie conozca su paradero, ha mandado por correo la imagen para la tapa de despedida, pero el atribulado Walter no la encuentra. El -que nunca ha salido de Nueva York y vive teniendo viajes imaginarios- deberá emprender una larga travesía (Groenlandia, Islandia, Afganistán) en busca de ese fotógrafo nómade y del negativo extraviado.
Más allá de las desventuras de nuestro (algo estereotipado) antihéroe, Stiller también desarrolla su historia de amor con Cheryl (la enorme Kristen Wiig, aquí no del todo aprovechada), una compañera de trabajo a la que ha intentado en vano contactar vía un servicio de citas online.
El film -que logra unos cuantos climas sugerentes a partir de los temas neo-folk del ¡argentino! José González y un uso bastante creativo aunque un poco abusivo de las CGI- tiene simpáticas parodias (como la de El curioso caso de Benjamin Button), ocurrentes secundarios (como el empleado del sitio de citas por Internet que interpreta Patton Oswalt) y grandes momentos (como la versión de la canción Space Oddity en Groenlandia). Así, aún llena de desniveles y problemas (por momentos hasta tiene un tono bastante esquizofrénico que pendula entre el drama adulto y la película familiar a-la-Forrest Gump), La increíble vida de Walter Mitty regala unos cuantos minutos de muy buen cine. No es el film brillante y audaz que uno hubiese querido de Stiller, pero no está nada mal como antídoto para combatir las inclemencias veraniegas.