Temática sólidamente planteada con rico lenguaje cinematográfico
Con todo lo que hay por recorrer en el séptimo arte, con todas las ideas pre-existentes en guiones que nadie lee, con todos los avances tecnológicos útiles al enriquecimiento de una obra cinematográfica, y con todas las formas estéticas esperando a ser moldeadas por los cineastas, que alguien decida re-filmar algo hecho antes conforma un acto contradictorio entre lo seguro y lo riesgoso. Seguro por la posibilidad de recaudación, riesgoso por la calidad respecto de la obra anterior.
No pasa en otras ramas del arte. ¿Cómo se hace una remake de un cuadro? ¿Se imagina a Pollock diciendo “voy a hacer mi versión de “Los girasoles” de Van Gogh con su técnica eléctrica sobre el lienzo. En todo caso hay copias hechas, en su mayoría por estudiantes. Puede que las haya, pero no solemos escuchar de una exposición de réplicas de pintura o escultura.
En todo caso la única acepción de remakes sin demasiadas condiciones sería la música en todos sus géneros. Mozart se murió. ¿Quién toca el piano entonces? Alguien tiene que hacerlo o la humanidad se privaría de escuchar obras fundamentales, aún cuando cada intérprete haga las variaciones que le de la gana.
El cine es un arte muy joven, de apenas 115 años. Si sacamos el dinero de la ecuación casi no habría remakes. ¿Qué necesidad había de hacer, igual, pero en inglés, “Tres hombres y un bebé” (1987), por ejemplo? ¿O el calco espantoso que Gus Van Sant hizo de “Psicosis” en 1998? ¿Y “Carrie” en 2013? ¡Mamita!, todavía la estamos digiriendo. Otros proyectos dan buenos resultados, como “Cabo de miedo” (1991), pero se parecen mucho a un capricho.
Sin embargo, muy de vez en cuando hay algunas excepciones. Una que de inmediato viene a la memoria es “Los siete magníficos” (1960), o la versión que John Sturges hizo de “Los siete samurai” (1954), de Akira Kurosawa, tan sólo a seis años del estreno. Sucede que Sturges ofrecía otra mirada con su propio talento, pergeñando un clásico basado en otro. Definitivamente, no hay mejor manera de justificar una remake. Esto es, darle una versión, una visión particular y personal a una obra ya realizada.
Lo consumado por Ben Stiller con “La increíble vida de Walter Mitty” es un enorme ejemplo de cómo, sin salirse del eje central, se pueden potenciar todas las virtudes del texto original, agregarle tintes personales, y trasladar la historia al presente evitando que esto interfiera en la esencia, porque está claro que desde 1947, cuando se estrenó “La vida secreta de Walter Mitty” (*), a 2014 el mundo cambió mucho.
Walter (Ben Stiller) está en su casa. Anota gastos. Está a punto de salir a trabajar. Sólo le resta animarse (palabra clave sobre la cual se apoya el texto cinematográfico) a apretar “enter” en su notebook para que el sitio web del cual es miembro le mande un guiño a Cheryl (Kristen Wiig), abriendo la posibilidad de un contacto. El dedo está apunto de “clickear” el mouse. Duda. Ahí va. Pero no. Se aleja de la computadora hacia atrás (quedando fuera de foco). Vuelve. Esta vez lo va a hacer. Se acerca y… ¡zas!, lo hizo. Apretó el botón. La página da un error. Aprieta varias veces y el mismo error aparece, irritante. Una vez que se animó, algo sale mal.
Esta magnífica primera secuencia (sin diálogos), que da paso a los títulos, resume perfectamente no sólo al personaje sino también a su esencia y su actitud frente a su circunstancia. Lo describe casi en su totalidad: tímido, recatado, algo timorato, muy resignado, y poco capaz de dar el siguiente paso. El resto de la presentación ocurre durante los títulos.
En la estación Walter tiene una “ausencia”. Una desconexión momentánea cuando el operador de atención al cliente, ante la pagina con errores le pregunta por los espacios dejados en blanco resoecto de su solicitud. Los referidos a haber viajado y haber hecho cosas fuera de la rutina diaria. Así descubrimos que el perfil de Walter está incompleto, porque su vida también lo está. En esa ausencia lo veremos imaginar que realiza un salto espectacular, entra por la ventana de un edificio en llamas y rescata al perro de tres patas de Cheryl. Cuando vuelve a la realidad por la insistencia del operador, Walter habrá perdido tiempo, el tren, y también peligra su trabajo como gerente de negativos fotográficos de la revista “Life”, pues ésta ha sido adquirida por una corporación dispuesta a sacarla de la venta callejera para convertirla en una publicación digital. El trabajo del protagonista, como su vida tal cual está planteada, ha quedado obsoleto.
Brillantemente planteado, el tema central (animarse, tomar decisiones, jugarse, sentir que estar vivo, vale la pena por algo o por alguien) es, en definitiva; trascender. No necesita subtramas porque la solidez de la dirección muestra desde el primer minuto la seguridad con la que Ben Stiller encaró su versión de “La increible vida de Walter Mitty”. Hasta se da el lujo de poner una variante de McGuffin con un negativo que no aparece, estableciendo una gran metáfora sobre buscar la iluminación, la luz, el lado positivo de la vida, una vez que ésta se nos revela en esplendor. Walter recorre una especie de camino del héroe, pero desde la perspectiva de un hombre común que se suelta a vivir demostrando que nunca es tarde. Jamás lo es. Viniendo del mainstream de Hollywood, probablemente desde “Forrest Gump” (1994), salvando las distancias, no se veía un abordaje sobre romper las propias barreras con tanta emotividad y fuerza narrativa.
Desde otros rubros, la fotografía (el mejor trabajo de Stuart Dryburgh desde “La lección de piano”, 1993) y la música de Theodore Shapiro, junto a la selección musical de George Drakoulias –soberbio rescate de “Space Oddity” de David Bowie-, le adosan a cada escena un costado de poesía urbana pocas veces visto si uno se deja llevar. Y con respecto al tema de Bowie, se verá una de las escenas más emotivas de éste año.
Por último, otro hallazgo del realizador es el de dosificar la intensidad de Kristen Wiig, y la propia, como actores eminentemente de comedia para lograr un equilibro ideal entre el drama y el humor.
“La increíble vida de Walter Mitty” es en muchos aspectos una invitación a creer. A liberar el alma. A entender la vida con otro prisma para poder sacar los miedos. Cuando una obra tan simple emociona desde lo profundo, es posible que sea inolvidable.
(*) – “La vida secreta de Walter Mitty”, ficha técnica: EE.UU. 1947. Realización: Norman Z. McLeod. Producción: Samuel Goldwyn. Guión: Ken Englund y Everett Freeman, con la colaboración de Danny Kaye, basado en un relato de Jamer Thurber. Foptografía: Lee Garnier. Música: David Ridkin. Intérpretes: Danny Keye, Virginia Mayo, Ann Rutherford, Boris Karloff, Florence Bates.