Ben Stiller es un actor gigante y un gran director. Si este film, nueva adaptación (la primera, con Danny Kaye, es de 1947) de un relato de James Thurber sobre un hombre tímido con gran imaginación, no llega a las cimas de locura de Tropic Thunder o al filo de Zoolander es porque está en otro tono, y porque, por una vez, Stiller quiere hacer comedia con lo que pasa dentro del personaje, y no con lo que hace. Así, quizás esta no sea la gran película cómica que se podía esperar, pero su ambición -y su corazón, y el ejercicio notable de la imaginación fantástica- le otorgan nobleza y belleza.