El color con que se mira
La increíble vida de Walter Mitty está partida en dos partes: la primera y más satisfactoria está marcada por la comedia, un territorio en el que el Ben Stiller actor-director sabe moverse como pocos en el panorama del cine actual; y una segunda que se mete de lleno en la aventura con alta dosis de lección de vida y mensajismo, que es más problemática y arriesgada pero a la vez más interesante, precisamente por eso: porque es ahí donde el actor-director se juega las cartas más importantes en esta adaptación del cuento corto de James Thurber sobre un tipo que sueña despierto mientras hace muy poco con su vida. Hasta el momento, Stiller como director nunca había abordado un registro sensible en su cine, teñido habitualmente por fábulas oscuras y satíricas. Así que la correspondencia es total entre el Mitty que decide ser dueño de su vida, arriesgarse, y el Stiller que abandona el cinismo y acepta que la esperanza no es lo último que se transmite.
Aquella primera parte, la que transcurre casi totalmente en las oficinas de la revista Life antes de su cierre, muestran a un Stiller segurísimo a la hora de construir comedia: con elementos de Tati o Kaurismäki -tanto en la ambientación como en un humor entre extraño y lunático- y de Wes Anderson en el tipo de encuadre y en la selección de tonos pasteles para el diseño visual, el actor hace lo que mejor sabe: juega a la incomodidad, construye un personaje improbable en este Siglo XXI y lo pone en ridículo constantemente, aprovechándose de fobias y taras sociales. Hay chistes que parten de la puesta en escena, otros que se forman a partir del estupendo uso del montaje, también aquellos que se logran desde la capacidad actoral del propio Stiller y, por supuesto, las marcas autorales en gags que se valen de elementos reconocibles por la cultura popular para subvertirlos y ponerlos en crisis: el brillante momento Benjamin Button no desentonaría en Tropic Thunder, por ejemplo.
Así como está, La increíble vida de Walter Mitty es perfecta. Y lo es, porque el director-actor juega en un territorio conocido, plácido, amable para su propio status de estrella. Por eso que se agradece el cambio rotundo en la segunda parte, ese golpe de timón que saca la aventura del mundo de lo imaginado en la mente de Mitty y la pone en primer plano. Primero tímidamente, con dejos de ese humor anterior que no se termina de abandonar, pero luego cada vez más dramático, romántico y emotivo. Esos territorios no son del todo perfectos, y la película consigue algunas rugosidades. Pero si algo la mantiene a flote es la conciencia total de Stiller sobre cómo se va forjando el subtexto de la película: partiendo del lema de la propia revista Life, el director junto al guionista Steve Conrad saben que la autoayuda y lo new age no se alejan demasiado del discurso publicitario, y así lo exponen en una secuencia donde se pueden leer frases motivacionales como parte de la señalética urbana en elementos que suponen -desde el estereotipo cultural- quiebres positivos en el ciudadano: un avión, un viaje, una ruta. El director se escuda, así, de la hipocresía en la que podía caer el film.
Stiller, que ya jugó con la imagen en tanto sentido como significante, en películas como Zoolander o Tropic Thunder, se obsesiona esta vez con la fotografía, con el imaginario popular sobre los destinos turísticos “reveladores” para el occidental, con el paisajismo de postal de la National Geographic. Es en ese territorio, en una mezcla de sentidos que se fusionan, desde la autoconciencia del cinismo hasta la honesta creencia en lo espiritual, donde Stiller juega la segunda parte de su fábula, que no es otra cosa que una huída constante a lo gris de las frustraciones laborales, de la modernidad y el paso del tiempo, de las oportunidades y lo que dejamos pasar, sobre los seres pequeños que son fundamentales. Que una historia con tan alta dosis de moralina resulte querible y para nada intragable, tenía que ser obra de un comediante, de alguien que entiende que el mundo, antes que muchas otras cosas, es un hecho curioso y fascinante para apreciar con una sonrisa. Stiller construye su película más ambiciosa a la fecha y amplía sus posibilidades como narrador. Sin dudas, una mirada original para tener en cuenta, por si hacía falta decirlo.