A Ben Stiller le faltaba un proyecto así, grande, familiar y complejo, lejos de las comedias que le dieron prestigio y dinero. La idea de hacer una nueva adaptación de “The Secret Life of Walter Mitty”, la clásica short story de James Thurber, devenida en film hacia 1947, parecía cuanto menos, arriesgada.
El tiempo ha pasado y este Mitty juega en un escenario diferente. Stiller corporiza a un empleado gris del área de fotografía de la prestigiosa revista americana “Life” Su existencia es más que rutinaria y si bien hay en él un interés romántico (curiosidad al menos en el punto de partida) hacia una compañera nueva de otro sector (Kristen Wiig en la piel de Cheryl), lo cierto es que romper con esa estructura, parece una tarea titánica y harto improbable.
Walter no puede modificar su estado de inmovilidad (se la pasa soñando y tildándose a cada rato), pero una noticia cruel (el cierre de la edición papel de su lugar de trabajo) sacude su mundo y conmueve a su medio (los despidos no tardan en comenzar). En esa coyuntura, se agrega un problema grave: el mejor fotógrafo del mundo (un casi cameo del gran Sean Penn) envió la que dice es la mejor pic de su carrera y al parecer, Mitty la extravió. O no llegó a su oficina. No importa.
El hecho es que la última portada de “Life” depende de ese negativo (el número 25) y su búsqueda será el punto de ruptura de la equilibrada y aburrida vida de nuestro héroe.
El llamado del cambio, está servido. Mitty tendrá que iniciar una aventura casi épica para descubrir el contenido de dicha imagen perdida.
El problema que tiene el guión de Steve Conrad es que peca de una ingenuidad temeraria. Tanta es, que logra que “The Secret…” parezca un relato de autoayuda extraído de cualquier manual de los que pululan por cientos en las librerías de tu barrio cercano. Al estilo de Paulo Coelho, se permite reflexionar livianamente sobre los sueños y los medios para concretizar aquellos anhelos íntimos que todos tenemos, sin gracia y sin fuerza.
Stiller siempre está parece dormido, vive distraído y sólo la buena banda de sonido, logra ponerlo en tarea. Está bien, esa búsqueda del “tesoro” (y díganme que no parece “El alquimista”!) puede atraer desde lo visual (respetamos eso)…pero es difícil creerla en los gestos del gran comediante americano.
¿Por qué? La grandilocuencia con la que presenta un sujeto común, que en poco tiempo pasa a animarse a una odisea (recorrerá Groenlandia, Islandia y terminará en Afganistán) desconecta al espectador de la historia ya hacia la primera media hora. Cuidado, en otros títulos donde el protagonista realiza actos increíbles, el medio lo obliga a hacerse cargo porque su supervivencia está en juego.
Aquí, sin embargo, todo lo que hace Walter Mitty es decisión propia.
Ese es el lado débil de la trama. Lo volitivo. ¿Es el amor hacia Cheryl lo que genera la transformación o la curiosidad por saber qué hay en el negativo 25? La respuesta será tuya, o podrás encontrarla en alguna de las deliciosas canciones que Theodore Shapiro y José Gonzalez tienen para vos (“Maneater”, “Major Tom”, “Wake up” y “A Space Oddity” se llevan las palmas en esta selección).
Si bien el CGI aplicado a ciertas secuencias (como la de la estación de subte al inicio o el escape del volcán) funciona, lo cierto es que la falta de altura dramática no logra sostener la tensión necesaria para que el relato fluya naturalmente. No niego que Stiller sea hábil, pero parece haberse quedado atrapado en un especie de panfleto pro-crecimiento personal que desperdicia gran parte de las posibilidades narrativas de la historia.
Como todo gran producto hollywoodense de estos tiempos, cumple con los estandares de espectacularidad que se le pide a un tanque de estas características. Eso sí, a la hora del balance, saldrán de sala con una extraña sensación (arriesgo) de incompletud y desconcierto, si es que antes (por supuesto) no abrazaron el camino marcado de la autoayuda y superación personal al que invita “The Secret Life of Walter Mitty”…