Un drama de celos que pierde el rumbo
“Si no querías que me metiera, ¿para qué viniste?”, le dice, con toda lógica, la octogenaria larga Oded a su hijo sesentón, a quien tras cometer un acto aberrante –uno de esos que cualquiera mantendría en secreto, sobre todo de la mamá– no se le ocurrió nada mejor que venir a contárselo a quien le dio la vida. Que es, como queda dicho, una idische mame. Y de más de 80, encima. “Mamele, maté a un tipo”, podría llamarse el film israelí La infiel, si tuviera un humor que sólo la presencia de la mame le da. La infiel se llama, en hebreo, Hitpartzut X, y en algunos países se la conoció con el nombre de Naomi.
La infiel es, en su primera parte, lo que los italianos llamarían un dramma di gelosia. Uno bien tipificado, como que tiene lugar entre el sesentón Ilan, profesor de Física en la universidad, y su esposa, una blonde beauty de treinta y pico. El tipo está celoso y la rubia (la Naomi del caso) le da motivos: sale seguido con “un amigo gay”, vuelve tarde, se la nota algo huidiza. Hasta que finalmente el típico viejo posesivo la sigue y la agarra, nomás, con las manos en la masa, con perdón por la expresión. Encarador, el hombre no se queda en casa lamiéndose las heridas. Muy por el contrario, si se entera de que la traidora arregló ir a cenar con el galán a un restaurante de las afueras (de Haifa, donde transcurre la acción), toma la iniciativa y la invita él a cenar... al mismo restaurante, donde el tercero en discordia observa desconcertado desde su mesa de dos. Y después va y le pide fuego. Tomá.
Hay un hecho crucial totalmente fuera de contexto en La infiel. Hecho que tiene sí, una virtud: darle terreno en la trama a la señora Oded, versión idische de mamma Soprano. La mujer calcula, digita, trama, ordena, trata con cadáveres como si fueran gefilte fish. El problema es que a esa altura la cosa perdió toda credibilidad, porque el resto de la película, y sobre todo el muy grave y apesadumbrado Ilan, está en otro registro, que no le da la más mínima verosimilitud al haber llegado a ese punto. Lo que de allí en más podría ser comedia negra hitchcockiana (al estilo de El tercer tiro) tampoco lo es, porque el director no se decide a ir por ese lado. En lugar de eso da paso a un segundo volantazo caprichoso del guión, que hace que el asesino tenga un hermano... detective. Cuando la cosa ya hace rato que perdió el rumbo, aparece en escena lo único que faltaba: el hijo por nacer, cuyo padre vaya a saber quién es. Como la película, que tampoco sabe quién es o quiere ser.