Dolorosa belleza
Los hechos tienen sus consecuencias y así seguirá siendo hasta el final de los días, por más que, a veces, el hombre lo olvide. Nuestra conciencia siempre estará bien presente para dejarnos la correspondiente factura sobre la almohada, a la hora de irnos a dormir. La infiel (Hitpartzut X, 2010), el thriller psicológico dirigido por el israelí Eitan Zur, nos muestra la pronunciada pendiente en picada que toma la vida de un hombre gracias a decisiones que no toman más que segundos en concretarse, pero que luego vivirán en él, sencillamente, hasta que él deje de hacerlo.
Ilan Ben Natan (Yossi Pollack) es un reconocido profesor de astrofísica de 58 años que enseña en la universidad de Haifa. Está casado con Naomi (Melanie Peres), su joven esposa, de quien comienza a desconfiar tras las llamadas sin respuesta y su demora en las llegadas a casa. Ilan, finalmente confirma la sospecha de que le estaba siendo infiel con otro hombre y él, hundido en la angustia y la confusión, toma cartas en el asunto y deja de hacer la vista gorda.
El realizador Eitan Zur incursiona, aquí, por primera vez en la pantalla grande tras haber cosechado un gran éxito en la televisión con la creación y dirección de shows y episodios de series como Be Tipul, conocida en occidente por la adaptación de HBO, la estadounidense In Treatment.
La infidelidad no es un tema que se caracterice por escasear en el cine, claro está. Sin embargo, allí no hace foco La infiel. De alguna manera, le quita importancia, quizás por su obviedad, al hecho en sí de que una bella rubia de treinticortos años engañe a un docente que la dobla en edad, que vive bien, pero no parece aspirar a mucho más que eso, y hoy no es más que un hombre que se cansa al caminar y vive de su pasado. Eitan Zur nos introduce en el oscuro mundo de la propia conciencia, del instinto que lleva a una persona a realizar, por miedo a perder lo que es suyo, un acto que después lo inundará de culpa.
La intriga y el suspenso respiran un poco con la sola presencia de la madre del profesor Ben Natan, interpretada por Orna Porat, a la que odia recurrir cuando más necesita de alguien. No sólo sus líneas son hilarantes, sino que éstas en combinación con su gestualidad y la negación de que su hijito ya tiene casi sesenta años, le brindan una delicada cuota tragicómica al film que funciona.
La tragedia y la comedia tienen fronteras mucho menos demarcadas de lo que dejan vislumbrar a primera vista. Y de esta delgada línea divisoria, a través de pequeñas situaciones o a veces sólo comentarios, se vale el film para contar la historia de un hecho trágico.
Desde el aspecto técnico, la película cumple, aunque la imagen, tanto en composición como en el montaje, podría haber logrado un mayor aporte a lo narrativo. La historia nos mantiene expectantes hasta el final y el desenlace le da una vuelta de tuerca al menos interesante a un nudo cuyo modo en que se desanudaría no quedaba del todo claro.
En esta primera experiencia cinematográfica, el principal logro del debutante israelí es el vasto desarrollo introspectivo del protagonista Ilan Ben Natan, quien, con una convincente actuación, nos ofrece un genuino retrato del remordimiento humano y su consiguiente desamparo espiritual, cuando la distancia entre el amor y la locura se desvanece.