Inquietante y levemente perturbadora, La Inocencia de la Araña contiene logros creativos en la faz argumental, pero también desfasajes dramáticos y actorales que perjudican el conjunto. El guionista y director Sebastián Caulier ofrece aún así una auspiciosa ópera prima, en la que la idea de un temprano y perverso despertar amoroso de dos niñas, expuestas a contradictorios mandatos adultos y a dudosas leyendas mágicas de la zona, se destaca. Una araña, al igual que otro film nacional reciente, La araña vampiro, de Gabriel Medina, se transforma en un singular y metafórico eje que atraviesa la historia. En un colegio formoseño un nuevo y seductor profesor de biología lleva en una jaula de vidrio una tarántula para desarrollar experimentos, un gran amor suyo que hasta lleva un risueño nombre propio: Ofelia. Luego accederá a un vínculo real con una atractiva y superficial colega que ocasionará los celos de dos alumnas con una fértil imaginación y capacidad de trabajo para intentar separar a toda costa a la pareja. Dichas maquinaciones desembocarán en un cadalso, que sorprende y redimensiona la anécdota. Correctamente plasmada y enriquecida por un convincente protagónico de Juan Gil Navarro (un actor que debería ser más convocado por el cine), el film tiene como contrapartida la inexpresiva participación de las niñas (lugareñas y debutantes) que deben llevar a cuestas el mayor peso dramático de la historia.