LA HUMANIDAD
La inocencia es un documental de observación. Se suele ser injusto con este tipo de propuestas y un argumento que aparece con descuidada rapidez alega con frecuencia la ausencia de un punto de vista. Nada más lejos si se tiene en cuenta que siempre el ejercicio de montaje implica una selección que ya sienta posición con respecto a lo que se quiere que veamos. La película de Eduardo de la Serna muestra un seguimiento a dos niñas de seis años durante el transcurso de su primer año en el colegio. Una de ellas se llama Morena y va a una escuela de Bs.As.; la otra, Gabi, vive en Jachal, San Juan, y recorre en camioneta con cinco o seis compañeros un largo trecho para llegar a su escuela rural. Indudablemente, hay un subtexto que atraviesa todo el film y que tiende a que pensemos el contraste de dos realidades geográficas distantes y de posibilidades económicas disímiles, mostrada fundamentalmente a partir de los espacios, que hablan por sí mismos, y de los rituales que se recogen en cada experiencia. El director opera con inteligencia cuando opta por no subrayar dicho contraste con signos obvios en las nenas protagonistas y en los padres, que apenas aparecen, porque esta es una película de niños. Eso ya implica un punto de vista más que suficiente, dado que la tesis no se come todo el potencial que los chicos tienen (desde su inocencia pero también desde su pequeña y cariñosa “monstruosidad”) y entonces el material registrado favorece un acercamiento que disimula su lógica intrusión y hace honor a la gracia y fotogenia de “esos locos bajitos” como diría Serrat.
Como inmediata consecuencia, se vislumbra la atención que pone De la Serna en los aspectos humanos de las criaturas que observa, un rasgo que puede apreciarse también en films anteriores (El ambulante, Reconstruyendo a Cyrano) y podría decirse que es un imperativo estético cuyos fundamentos no son el embellecimiento gratuito ni la pose calculada. Por el contrario, siempre se respira un aire artesanal en estos documentales donde se destaca la creatividad de los personajes. En este caso, la misma inocencia que refiere el título es la conciencia ingenua ante realidades difíciles (familiares y económicas) fusionada con las ocurrencias verbales y vitales de niños que imitan, reproducen discursos pero al mismo tiempo se muestran como motores en potencia para generar situaciones de toda índole, siempre en ese oxímoron de candidez y maldad que manifiestan actos y palabras. En este sentido, el notable trabajo de montaje recorta personajes e historias, algunas de ellas desopilantes. La cámara puesta en términos generales a la altura de los chicos es una compinche que se mueve frenéticamente al lado de ellos y una compañera más capaz de mirar con extrañamiento a las docentes a cargo. Tal es el grado de acercamiento que, en oportunidades, el sonido ambiente obstruye los diálogos. Lo que a priori puede pensarse como un desperfecto es en realidad la voluntad manifiesta por conservar la naturalidad de la situación para resguardarla de gestos artificiales. Y si la presencia de la cámara es siempre un condicionante para quien está en frente, la habilidad del director estará en su capacidad para disimularlo y captar esos momentos únicos en pantalla. La inocencia los tiene cuando muestra los rostros de los chicos mirando una película, o se detiene en los pequeños relatos centrados en un gordito cuyo sentimiento trágico de la vida no tiene nada que envidiarle a Unamuno, o en los juegos, tanto en el patio de un recreo como en los misteriosos paisajes abiertos de Jachal, entre otros diseminados en medio del movimiento y el bullicio.
Los marcadores temporales establecen la continuidad a medida que los meses transcurren. El cine, que todo lo puede con respecto al tiempo, comprime un año en poco menos de una hora y media y, sin embargo, parece que hubiera transcurrido una vida. Las últimas imágenes de las niñas dicen algo importante: la humanidad en pantalla ante todo.