LÍMITES DE UNA PROPUESTA
El cine argentino exhibe múltiples vertientes genéricas, narrativas y estéticas, lo cual es obviamente meritorio y elogiable. Pero también empieza a presentar serios problemas desde la repetición, o más bien, desde el acto de aferrarse a marcas de fábrica a través de una repetición puramente gestual, sin una base formal real que la sustente. Algo de eso viene pasando con muchos documentales de tipo observacional, y La intimidad es un ejemplo bastante contundente.
Desde buena parte de la crítica se ha destacado que, en sus créditos finales, el film de Andrés Perugini menciona entre los agradecimientos a Gustavo Fontán, quien ha entregado grandes películas como El rostro o Elegía de abril. Es cierto que podría describirse esa referencia como una especie de declaración de principios, una afiliación a una tradición específica del cine nacional. Pero a veces, es un acto de simple comodidad para generar algo de simpatía en un horizonte de público determinado y darle mayor entidad a un conjunto de imágenes que en verdad tienen poco para decir.
La película arranca dándole voz a Irene, la abuela del director, quien reside en Germania, un pequeño pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires. A esos cinco minutos iniciales le sigue la muerte de Irene y la reunión en su casa de sus familiares, quienes se disponen a organizar, clasificar y descartar lo que hay dentro del hogar, que va desde muebles hasta ropa, pasando por papeles y objetos de todo tipo. Los siguientes sesenta minutos son básicamente eso: gente organizando cosas, evocando momentos particulares, hablando de los trámites que hay que hacer, etcétera. Y no hay mucho más que eso.
El film no ofrece más que esa cotidianeidad dentro de un evento distintivo -al fin y al cabo, lo que vemos es a gente haciendo lo usual cuando ocurre la muerte de una persona- porque nunca le da verdadera entidad a lo que hay frente a la cámara. La intimidad pareciera creer que al espectador le debe interesar lo que ve porque a sus protagonistas les interesa. Pero eso no es así: si no hay un verdadero esfuerzo narrativo (porque no basta con simplemente observar), difícil que se logre empatía con los personajes; y si no se trabaja apropiadamente (desde el montaje y la puesta en escena) lo espacio-temporal, lo que queda es un simple despliegue de imágenes pegadas entre sí.
El cine de Fontán ha acumulado méritos precisamente a partir de la consciencia de que lo narrativo se da la mano con la observación, de que la cámara debe saber captar y construir tiempos y espacios con resonancias propias, tangibles. En La intimidad falta esa consciencia y hasta hay algo de pereza formal, como si se pensara que sólo basta con poner la cámara para hacer cine. Y aunque desde el mismo título hay una pretenciosa búsqueda de importancia, lamentablemente cae en saco roto, porque el film rara vez genera algún sentimiento o reflexión sólida. La intimidad es una película neutra, apática, que exhibe los límites de la vertiente observacional del documental argentino.