Inocencia y magia en un cálido homenaje al cine
Cuento tierno, filme de aventuras, conmovedor homenaje al cine y a sus ganas de enseñar a soñar, vistoso canto a la magia y a la inocencia. Martin Scorsese, tras muchos años de explorar rincones turbios, vuelve a la niñez para rescatar la memoria de un arte que a su niñez le dio sueños y que hoy le tributa inspiración y gracia a su vida. El 3D le agrega otra textura a un cine vertiginoso, visualmente seductor, que cuenta las andanzas de este par de huérfanos en una estación parisina de finales de los años 20: Hugo e Isabelle deben ajustar cuentas con los relojes (el tiempo y la vida) y con una existencia llena de pérdidas pero también de sueños. Pero el personaje que ocupa el centro de la historia es Georges Melies, el primer director de cine que dejó a un lado el registro básico de los pioneros, para ir a buscar en la magia y la imaginación la sustancia de este arte que estaba naciendo. Melies la pasó mal. Fue ignorado y gran parte de su obra se ha perdido. La película lo muestra como un viejo cascarrabias que tiene un puesto de relojería en esa estación y que al final será rescatado del olvido por una máquina que viene a salvarlo. Ese robot y Hugo lo pondrán otra vez en escena para que el cine -máquina al fin- pueda recuperar su carga de magia y fascinación.
Todo rueda en este filme emotivo: el cine, los trenes, los relojes, hasta el robot. La existencia es un engranaje; y las casualidades y los olvidos, las pérdidas y los reencuentros forman parte de su mágico andar. Scorsese acaso quiera decirnos que la vida está llena de piecitas que deben ser ajustadas para que nada se detenga.