Formol en 3D
La invención de Hugo Cabret es la adaptación de una novela de Brian Selznick que cuenta la historia de un chico huérfano que vive en una estación de tren en la Montparnasse de los años treinta y descubre que el señor que atiende el puesto de juguetes es un cineasta olvidado, Georges Méliès. Para Scorsese, el cine ya se murió una primera vez en 1930. Un cineasta ya tuvo tiempo de caer en el olvido y es necesario recuperar partes de películas dispersas en los sótanos para reconstituir su obra. Esta visión del cine como arte prematuramente viejo, siempre en vías de extinción, es la que lo lleva a convertir muchas de sus películas en una especie de enciclopedia viva del séptimo arte. Hugo es el doble de Scorsese, un niño maravillado por la técnica que desea dar vida a sus sueños y que observa el mundo por medio de rendijas, del mismo modo que un director recoge imágenes con su cámara.
La invención de Hugo Cabret es una gran máquina que desborda buenos sentimientos en tres dimensiones, pero con resabio a viejo. La ficción infantil se mezcla con la novela sobre el realizador pionero hasta que Méliès revela su identidad y, entonces, Scorsese se desinteresa del niño y se concentra sobre el anciano en piyama. El director parece demasiado preocupado por el aspecto técnico y se olvida de darle un poco de magia y sentido al conjunto. Algunas buenas ideas se integran en una estructura sobrecargada de efectos y globalmente desequilibrada. El carácter maquinal de la película se expresa con personajes que se asemejan a autómatas, actuaciones frías y desencarnadas. La falta de espontaneidad y de un verdadero aliento creativo se traduce en un esquema narrativo sin sorpresas y con roles secundarios mal explotados (los sainetes en torno al jefe de estación interpretado por Sacha Barón Cohen resultan bastante inútiles). El director parece constantemente perdido en este mundo infantil donde pretende proyectarse como autor, sin conseguir controlar una maquinaria cinematográfica que funciona de modo automático. Las reconstrucciones de las películas de Méliès son sorprendentes pero simbolizan el giro que tomó la obra de Scorsese desde hace varios años: un cine de reproducción y simple homenaje, privado de originalidad. Una regresión inquietante.