Decir que una película resulta “infantil” es ambiguo: tanto puede aplicarse a un film pueril como a uno pensado para un público de menos de 12 años. “Hugo” es un film de la primera categoría basado en un libro de la segunda, que confunde ambas cosas. Martin Scorsese, autoconvertido en guardián de la Historia (canónica, incuestionable, broncínea) del cine, toma como excusa una fábula un poco dickensiana ambientada en París -un París de fantasía que de todas formas, con calzador, homenajea a la Nouvelle Vague- y con secuencias diseñadas solo para el despliegue 3D, con una visión acartonada y sentimentaloide (porque no es sentimental, solo se le aproxima) de los orígenes del cine. Esta combinación de cuento para chicos -con todos sus estereotipos, con lo peor de Disney en “carne y hueso”- y documental para escuelas sobre el Séptimo Arte, tiene como defecto sustancial una solemnidad enorme, incluso en sus pretendidos momentos cómicos. Raro, porque Scorsese -hizo “El rey de la comedia”, hizo “Después de hora”- sabe de obsesiones y de comicidad cruel. Film fúnebre -el cine es algo así como una pieza de museo que sólo se justifica en la fantasía, el cine es un refugio aparte del mundo que no celebra nada de la vida real, atroz e insoportable- cierra con coherencia la carrera hasta aquí de un cineasta más preocupado en conservar el arte que ama, que en mostrar el mundo -incluso a través de la metáfora- en que vive.