La emoción de aquellos pioneros
Martin Scorsese realiza en su primer filme “para la familia” y en 3D un entrañable homenaje al cine.
De un mago a otro, de un artista pionero a uno que tomas las herramientas heredadas de aquél, más las nuevas del 3D para realizar un enorme, magnífico y emocionante homenaje al cine.
La invención de Hugo Cabret está hecha por y para quienes sienten que el cine es el reflejo de sus vidas íntimas, que lo conectan con sus propias vivencias y emociones.
Martin Scorsese tributa a Georges Méliès basándose en la novela gráfica de Brian Selznick. Hugo (un maravilloso Asa Butterfield) es un chico de 13 años, huérfano, que vive solo entre las alturas de los relojes de una estación de trenes parisina, por los años ’30. Su tío borrachín aceita los relojes, y andar entre mecanismos de precisión es algo que corre por la sangre de la familia. El padre de Hugo (Jude Law) era relojero, y en un museo había encontrado un autómata abandonado, que necesita reparación. El padre muere sin poder arreglarlo, dejando unas instrucciones que Hugo atesora como el mapa de un tesoro. Cuando éstas lleguen a las manos de un hombre mayor (Ben Kingsley), que tiene un puesto en la estación de trenes en la que remienda juguetes, resurgirá, cómo no, la magia.
Algunas criticas han develado cierta información que, si bien sorpresiva, el espectador la advierte promediando la proyección, y quien esto escribe no cree necesario revelar. Sin ella, es más natural el adentrarse en la historia, es como dejarse llevar por los magos que nos asombran con cada paso que dan. Por qué perder esa fascinación.
Sí podremos hablar del fantástico mundo que ha pergeñado Scorsese, con varios de sus habituales colaboradores, como el iluminador Robert Richardson y su montajista de toda la vida, Thelma Shoonmaker. Uno es clave en la transformación y ambientación de la estación de tren, sea entre los andenes o las galerías, o ya entre los mecanismos de relojería, y otra es herramienta fundamental para recrear el mundo del cine mudo.
Hay mucho de Dickens, y no sólo por la irrupción del a primera vista maléfico inspector de la estación (al que Sacha Baron Cohen, con pierna ortopédica chirriante, sabe sacarle el mejor jugo), que persigue huerfanitos o ladrones para llevarlos a un orfanato. Hugo mismo es un ser dickensiano, e imposible de no tener empatía con él. Por varios motivos. Está solo, no tiene familia, descubre una amiga (la ahijada del personaje de Ben Kingsley) y apretuja esas instrucciones de su padre como único y último recuerdo que tiene de su ser amado.
Si la película tiene muchos apuntes scorseseanos (el amor por el cine y la necesidad de preservar las películas originales es el más directo y atendible), no habrá quien mire al filme con extrañeza antes de sentarse en el cine. ¿El director de
Taxi Driver y
Toro salvaje detrás de un filme familiar, y en 3D? ¿Y por qué no? La utilización del 3D es similar a la que realizaron Spielberg en
Las aventuras de Tintín y James Cameron en
Avatar : necesaria, no superflua. Es una invitación a recordar los primeros pasos del cine, y cómo experimentamos eso que nos hace aún hoy en día suspirar en la oscuridad de una sala.