El material del que están hechos los sueños
La Invención de Hugo Cabret es ni más ni menos que una declaración de amor a la máquina de la invención de los sueños, una oda al amor, un relato fantástico y mágico, una reflexión sobre el paso del tiempo, la nostalgia y la necesidad de conservar las obras de arte. Martin Scorsese consiguió otra obra maestra, lo que no es poca cosa si tenemos en cuenta que estamos hablando del director de Taxi Driver, Buenos Muchachos, Toro Salvaje y Los Infiltrados. A diferencia de esos films, este es el primero apto para todo público, en el sentido más amplio de la palabra. Lo disfrutarán en su máxima expresión aquellos familiarizados con la historia del cine, pero también es una opulenta carta de presentación para aquellos interesados en acercarse los films clásicos de fantasía.
La película centra su núcleo en la historia del joven huérfano Hugo Cabret (Asa Butterfield), escondido en los ductos de una red laberíntica en una estación parisina. El plano secuencia de introducción establece una singular conexión entre este jovenzuelo escurridizo como un roedor y un juguetero amargado (Ben Kingsley). Pero también envuelve la historia de un guardia bastante severo y rígido (literalmente) interpretado por Sacha Baron Cohen, en un distintivo uniforme azul, la pequeña nieta del juguetero (Chlöe Grace Moretz, la perturbadora belleza de Déjame Entrar y Kick-Ass) una niña que desconoce el verdadero significado de las aventuras más allá de los libros y hasta las breves pero loables apariciones de Jude Law, Christopher Lee y Michael Stuhlbarg (Un Hombre Serio) como el historiador René Tabard.
Todos estos son personajes unidos por un singular amor. Cada uno tiene varias aristas, aunque al principio se revelen como meros comic-reliefs. Pensemos, por ejemplo, en el obstinado guardia con cazar al pequeño Hugo. La revelación del trasfondo emocional de este personaje es típica, es un clisé, pero realmente lo creemos cuando lo vemos enamorado, torpe, dominando los cinco tipos de sonrisa. Incluso el ritmo cómico es soberbio, en la misma escena donde él trata de acercarse a la florista y queda abochornado por el claqueteo metálico de su pierna. El más interesante de todos es aquel interpretado por Kingsley, porque es un hombre con miedo, derrotado por la vida y resentido con su propia obra, a la que alguna vez amó. No es una casualidad que hasta los personajes secundarios más secundarios, estén en busca del amor.
¿Amor por qué? Hugo Cabret trata de encontrar la llave que hará funcionar al autómata -único legado de su padre antes de morir- que tiene forma de corazón. Las máquinas, por más cursi que suene, también necesitan amor para funcionar. El ferrocarril siempre estuvo ligado a la historia y los comienzos del cine. Desde El Gran Robo Al Tren (cuyo primer plano de un hombre disparando a la cámara espantaba a la audiencia en 1903, por mencionar un caso que no aparece en este film) pasando por El Maquinista De La General (Buster Keaton y acaso, los mejores gags que se hayan visto en la pantalla) hasta, bueno, la mismísima La Invención De Hugo Cabret. El cine es una combinación de distintas formas artísticas, pero también complementa las artes humanísticas con maquinarias de ingeniería. Nos asombramos cuando vemos un corredor girar, porque creemos que Fred Astaire desafía la gravedad o que Joseph Gordon Levitt realmente está en los sueños de otra persona.
Si las referencias literarias del autor original del libro (Brian Selznick) se pueden encontrar en Charles Dickens, por citar alguno, sería imposible mencionar todas las referencias más o menos directas, visuales y sonoras con las cuales Scorsese rinde homenaje a otros grandes directores. Buster Keaton, Harold Lloyd, los hermanos Lumiere, Georges Mélies y hasta Alfred Hitchcock (la famosa toma de Vértigo). Todos, empezando por el director, están en la cima de su juego. Thelma Schoonmaker, la multipremiada montajista; Dante Ferreti, el diseñador de producción, quien junto a Francesca Lo Schiavo, seguramente termine ganando el Oscar por estos escenarios fantásticos; Robert Richardson que mantiene la magia y el color aún cuando el 3D parece oscurecer la fotografía; Howard Shore, colaborando con Zaz para componer no sólo la banda sonora, sino el tema de los créditos. Quizás el trabajo más objetable de todos sea el de John Logan. La adaptación es maravillosa, pero a veces se puede volver un poco solemne, otras veces los personajes tienen diálogos demasiado explicativos...... en fin, detalles que no afectan al todo.
La Invención de Hugo Cabret entiende el pasado mirando el presente. Por eso es, desde Avatar, la película que mejor utiliza el 3D, del cual que tantos agoramos la pronta muerte. Como en la película de James Cameron, la profundidad de campo es más importante que los objetos que salen de la pantalla. Estamos inmersos en la película y no al revés. Incluso por momentos ayuda a crear cierta atmósfera mágica, como si estuviéramos delante de figuras troqueladas. Hay varias secuencias espectaculares, pero no vale la pena mencionarlas, para evitar arruinar la sorpresa. Sí aclarar que causó un efecto en mí que hace años no sentía: el asombro, la maravilla. Mientras veía esas imágenes tan bonitas, tan poéticas, tan -perdonen la reiteración- maravillosas, me preguntaba si algo así debían sentir los espectadores que iban por primera vez a soñar a una sala de cine.
Esta no es una película que imagine viendo fuera de otro lugar que no sea el cine, ni en otro formato que no sea en 3D. Porque de eso se trata el cine: de una experiencia colectiva. Y qué experiencia más maravillosa que poder soñar junto a otras personas. Ni más ni menos, lo que nos propone Scorsese.