Todo el Cine en una Sola Película
Solo 126 minutos le alcanzan y sobran al Profesor Martin Scorsese para dar una clase ejemplar de Historia del Cine, y de dirección cinematográfica. No es novedad que el director de Calles Salvajes es un confeso enamorado del 7º Arte. Robert De Niro dijo alguna vez que había visto videos en You Tube donde su amigo le estaba haciendo el amor a material fílmico.
En 1995, Scorsese dirigió Un Viaje personal a través del Cine Estadounidense, de las grandes obras que lo criaron, y en 1999, hizo lo mismo relacionado con el cine italiano, en Mi Viaje a Italia. Directores tan cinéfilos como Martin Scorsese no deben existir.
Es por eso que, tras muchos años de realizar películas de ficción influidas por todo el cine que mamó desde su infancia, cuando siendo monaguillo, se escapaba de la iglesia para meterse en una sala cinematográfica, a pesar que estaba convencido que se convertiría en cura, soñaba con agarrar una cámara y reproducir todo aquello, que le provocaba emocionarse con una imagen en movimiento.
La filmografía de Martin Scorsese está marcada por un instantáneo amor por el cine, la pintura, el arte en general, y se ha convertido en un protector, defensor acérrimo de las instituciones que se dedican a conservar y restituir material fílmico y celuloide, para que todas las obras realizadas a partir de 1895, sean resguardas, permitan copiarse y exhibirse a las nuevas generaciones.
Es realmente increíble, que hoy en día, un estudiante que pretende ser director de cine no sepa quién fue o que realizó Georges Meliés. Es irónico que alguien se dedique a estudiar efectos especiales o animación y nunca hayan visto, aunque sea Viaje a la Luna, la obra más emblemática acaso, por la revolución visual, sus efectos especiales, y la fascinación que existía por las novelas de Julio Verne. Es una vergüenza que alguien quiera ser director de cine y nunca haya leído novelas de Verne, el gran narrador de fantasía y literatura científica que haya existido, empecemos por ahí.
Hasta el momento, Scorsese solo había llevado su fanatismo cinematográfico en documentales, de forma implícita en todas sus películas o con la biografía de Howard Hughes en El Aviador, en donde director y personaje empatizan en los diversos niveles de perfeccionismo y obsesión. Pero el film con Leonardo Di Caprio no se salía de la típica biopic. Siendo una obra bastante subestimada y con mayores valores que los que se le adjudicaron (todo lo que respecta a la filmación de Los Ángeles del Infierno tiene un valor cinematográfico e histórico increíble), no se trata tanto de la admiración hacia el cine en sí, como hacia la obsesión y psicología de un personaje contradictorio.
La Invención de Hugo Cabret, basada en la novela de Brian Selznick del 2004 (primo del mítico David O, productor de Rebecca y Lo que el Viento se Llevó), es una declaración de amor al cine a través de la figura de un huérfano, hijo de un relojero que vive en la estación de Montparnassé. Hugo entabla amistad con Isabelle, una chica de su edad, que vive con su padrino, dueño de una juguetería en la misma estación. Ella nunca vio una película, y Hugo escapa de su trabajo para llevarla a ver un Festival de Cine Mudo en París, ya que su mejor recuerdo con su padre fallecido, es haber ido al cine. Entran a la sala clandestinamente y se emocionan viendo a Harold Lloyd en Safety Last.
Nada de esto que acabo de describir, pertenece a la línea argumental principal del último film de Scorsese, pero es donde los cinéfilos, que amamos la trayectoria de este realizador, y nos preguntábamos hasta entonces, porque había elegido esta película, que podría haber dirigido Steven Spielberg, comenzamos a entender, que este proyecto es prácticamente una autobiografía, como una precuela de Calles Salvajes.
El personaje marginal que tiene que hacer frente a la autoridad (en este caso, el inspector de la estación) es Martin Scorsese cuando tenía 12 años. Podemos imaginar al pequeño Martin, emocionado frente a Harold Lloyd colgando de un reloj. A partir de ahí, todo lo que veamos será una reproducción de la primeras películas mudas de la historia.
Pasarán Chaplin, Keaton, los Hermanos Lumiere y, por supuesto, George Meliés en carne y hueso.
Más allá de las anécdotas románticas que tiene el film, y todas las subtramas que confluyen armónicamente en el resultado final (la historia de Hugo con Isabelle, y de dos parejas que se quieren juntar entre sí), el mayor amor, es que el existe entre Scorsese con el cine mudo, y el tributo hacia la figura del mago, ilusionista, genio, innovador George Meliés.
El guión de John Logan tiene una progresiva evolución, donde a través de los ojos de este niño que guarda reminiscencias con David Copperfield y se esconde dentro de un reloj, vamos conociendo una mirada romántica de París como no veíamos desde… Medianoche en París de Woody Allen. Parece que los dos cineastas neoyorquinos más famosos, necesitaban viajar a la ciudad luz de principios del siglo XX para crear sus mejores películas en muchos años.
La magia se impregna desde el primer fotograma en que el efecto tridimensional permite que la nieva de la ciudad invernal traspase la pantalla, transmitiendo la misma sensación que en 1895 crearon los Hermanos Lumiere cuando filmaron el Tren Llegando a la Estación, la primera película de la historia del cine. En ese momento, todo el público pensó que el tren traspasaría la pantalla. Hoy en día, podemos tocar la nieve y no nos asombramos.
La primera secuencia confirma que Hugo debe ser vista en formato tridimensional y que no es necesario realizar un film animado para lograr un plano-secuencia imposible, soñado (o sea, Scorsese mejora lo que Spielberg hizo en Tintin). El recorrido por toda la estación de Montparnassé, a través de los ojos de Hugo, conociendo a cada personaje que influirá en su vida, es una extensión de lo que el director ha hecho en Buenos Muchachos o Calles Salvajes a la hora de presentar a los protagonistas de sus obras.
El resto es una fábula mágica, donde los chicos protagonistas deberán descubrir el secreto del juguetero. Entre sueños y cinefilia nos emplazamos 90 años al pasado y Scorsese da cátedra del nacimiento del cine, mostrando como buen profesor fragmentos de todos los films emblemáticos de las tres primeras décadas del celuloide.
Honestamente, poder ver a Keaton, Chaplin, Griffith y especialmente los films de Meliés en tres dimensiones, justifican, incluso narrativamente, porque Hugo fue pensada para este formato. Tanto Herzog con La Cueva de lo Sueños Olvidados como Scorsese recurren al 3D para revivir el pasado, y convertir en realidad el sueño de los primeros artistas y cineastas que tuvo a humanidad. Solo, pensémoslo así. Los artistas de las cuevas del sur de Francia eran documentalistas tridimensionales. La intención de los Hermanos Lumiere era exactamente la misma: que una imagen fija cobre vida a través del movimiento y de la sensación al espectador de que está palpable frente a sus ojos.
No quiero matar las sorpresas que tiene La Invención de Hugo Cabret, pero realmente tiene tantos detalles cinéfilos, que provocará la locura de los amantes del cine, desde el primero hasta el último fotograma.
Pero más allá de las citas y el mensaje de conservación, y preservación del material fílmico, Hugo es una obra inolvidable, emocionante, perfecta en cada rubro. No solamente adolece de misterio, entretenimiento, pasión y ternura, sino que además está pensada como un cuento para ser admirado por toda la familia. No comparto que sea una película infantil. Se trata de la primera película del director, que puede ser visto por menores de 12 años. No es violenta, tiene un discurso directo, aunque también se permite ser poética, metafórica y precisa. A pesar de tener una enorme producción y gran despliegue de efectos especiales, no peca de pretenciosa. Es tan mágica como una obra de Burton o Spielberg. Scorsese es un narrador increíble y acá lo demuestra con un relato vigoroso, vibrante, atrapante y clásico a la vez. La emoción es genuina, no se fuerza al espectador a llorar, pero lo logra, especialmente al cinéfilo.
Por la descripción y los personajes que se van sucediendo, Scorsese emula un poco al mundo que construyó Steven Spielberg en La Terminal. Al igual que el film del 2004, hay un prófugo que debe vivir clandestinamente en la estación y ayuda a que los personajes se relacionen y acerquen, mientras escapa de un inspector de estación, que Sacha Baron Cohen interpreta con una gracia digna de un policía de Mack Sennet, o la elegancia y torpeza de Jacques Tatí.
Porque si no fuera poco que la cálida fotografía de Robert Richardson o la meticulosa, espectacular reconstrucción de París a principios del siglo XX a cargo de Dante Ferretti (habituales colaboradores de Scorsese) sean maravillosas, que los efectos especiales permitan visualizar a la Torre Eiffel apuntando a la luna como si fuera un cohete, o que Scorsese nos deleite con una historia sensible, el director realizó un cuidadoso casting y una vez más, tenemos un elenco soberbio encabezado por Asa Butterfield (el mismo de El Niño con el Piyama Rayado), Chloë – Grace Moretz (Kick Ass, Déjame Entrar), dos niños que actúan como adultos y tiene un rostro tan expresivo que no necesitan emitir sonidos para comprender como piensan, puros, abiertos a la fantasía y la aventura. En los roles adultos, además de Baron Cohen (que repite el acento del barbero de Sweeney Todd), se destacan Christopher Lee, Richard Griffiths, Emily Mortimer, Frances de la Tour, Helen Mc Crory y el gran Michael Stuhlbarg (otro personaje alter ego de Scorsese, el protagonista de Un Hombre Serio).
Y Ben Kingsley. El actor de Gandhi, nuevamente lleva su expresividad y naturalismo a otro desafiante personaje. No solamente interpreta al personaje más importante, sino que además al más real de todos, y guarda un increíble parecido con el verdadero George Meliés. La transformación física y esa mirada llena de energía de Kingsley, lo confirman como uno de los mejores intérpretes contemporáneos.
La Invención de Hugo Cabret es sin duda, una carta de amor genuino de Martin Scorsese por el cine. Obra maestra le queda chica.
Nota al Pie: La idiota carrera por el Oscar
Este año se ha dado la “casualidad” que al menos cuatro de las nueve obras nominadas mejor película para el Oscar presentan un profundo homenaje y amor por el cine y el arte de las primeras tres décadas del Siglo XX: La Invención de Hugo Cabret, El Artista (única que no vi hasta el momento), Caballo de Guerra y Medianoche en París. Es una carrera absurda, donde tenemos films que no se pueden comparar entre sí. Si a eso le sumamos la majestuosa e innovadora El Árbol de la Vida, nos encontramos con una gran disyuntiva. ¿Qué preferimos? Todos son films que tienen el atributo de la nostalgia. Si bien la más superficial me pareció Medianoche… es indiscutible que el mensaje de la última de Allen (todo tiempo pasado fue mejor) se confirma con estas obras. Hugo es la que tiene lenguaje más accesible de todas, y a la vez la más profunda. El Árbol es una película críptica y lenta, que no atrae a público masivo. Sin embargo, a nivel personal me quedo con Caballo de Guerra. No se trata de fanatismo hacia Spielberg, sino porque se trata de un verdadero espectáculo cinematográfico artesanal. Hugo, a pesar de su sensibilidad está construida sobre una París de maqueta, artificial, mientras el film de Spielberg se mantiene fiel a la estética fordiana y utiliza los efectos de forma indispensable. A esto sumemos, que el diálogo queda relevado por las miradas, que utiliza el recurso fuera de campo para evitar caer en la violencia, y que se trata de un film repleto de sutilezas.
Pero más allá de gustos personales, estas obras, no pueden competir entre sí. Merecen ser atesoradas, verse una y otra vez, aprender de ellas.