Sobre relojeros, jugueteros e ilusionistas
Hugo (Asa Butterfield) vive detrás de las paredes de la estación Montparnasse, en el París de 1931. Allí donde cualquiera vería tan sólo muros sólidos, hay en realidad pasajes, escaleras, y un niño que, silenciosamente, mantiene funcionando con puntualidad los relojes del lugar. Aprendió ese oficio de su padre y, al quedar huérfano, su tío lo llevó a vivir en esa morada tan particular, donde también aprendió a volverse casi invisible. El tesoro más preciado de Hugo es un autómata o muñeco mecánico, que su papá había rescatado del olvido de un museo y que ambos habían comenzado a reparar juntos: el chico sigue trabajando afanosamente, confiado en que, cuando lo haga funcionar, el robot le traerá algún mensaje, alguna conexión con su progenitor. Para ello, ocasionalmente le roba pequeñas piezas a un viejo juguetero que tiene un puesto en la estación. Cuando éste lo descubre y, más tarde, lo lleva a trabajar con él, comienza una aventura de magia y revelaciones que involucrará al niño y su amiga Isabelle (Chloë Grace Moretz), al autómata y a ese ignoto viejecito que –al igual que Hugo- insiste en pasar desapercibido y ocultar un pasado que le duele recordar.
La película, basada en el libro de Brian Selznick "La invención de Hugo Cabret", gira primordialmente en torno a los mecanismos, al valor que cada minúsculo elemento tiene en la constitución del todo. En ese sentido funcionan los movimientos de cámara desde la ciudad a sus calles, desde la estación a sus transeúntes, desde los pasadizos en el revés de los muros hasta los delicados mecanismos de relojería. Un viaje continuo desde el exterior hacia las entrañas, un adentrarse en las partes, al que la tecnología 3D dota de especial dinamismo y profundidad. La Invención de Hugo Cabret trata sobre relojeros y jugueteros, personas que manipulan pequeñas piezas para construir otras mayores, individuos aparentemente minúsculos e insignificantes, que resultan desempeñar papeles vitales en la inmensa maquinaria del mundo. Así es como el film termina apuntando al propósito de cada ser humano, y hablando sobre cómo la pérdida de ese leit motiv hace que la vida carezca de sentido y que el hombre se transforme en una máquina que no funciona y necesita ser reparada, curada.
Para este fantástico trabajo, el primero que realiza en 3D, Martin Scorsese eligió una historia que trae del olvido de una juguetería vieja nada menos que a “papá Georges”, a Georges Méliès, el ilusionista que en los albores del séptimo arte intuyó antes que nadie que el increíble aparato creado por los hermanos Lumière no sólo serviría para registrar el movimiento, sino también para recrear los sueños. La decisión no es azarosa, por supuesto, sino que constituye una declaración de amor y un sentido homenaje al cine. Scorsese recorre aquellos primeros films y se da el gusto de trabajar sobre esos materiales primitivos, repasándolos, pero además nutriendo con ellos su propia historia. Cuando Hugo se cuelga de la aguja del reloj de la estación para ocultarse de su perseguidor, como Harold Lloyd lo había hecho momentos antes en la pantalla grande, el realizador funde la experiencia del protagonista con las películas y expresa de ese modo hasta qué punto el cine, sus héroes y sus mitos han marcado nuestras vivencias y nuestros recuerdos. Cuando el niño sueña con el descarrilamiento del tren, la imagen no sólo cita la de La llegada de un tren a la estación (el primitivo film de los Lumière cuya proyección es luego recreada por los recuerdos de Méliès) sino que, hábilmente, reedita en los espectadores actuales la impresión y el sobresalto de aquéllos de los primeros tiempos. Nada ha cambiado, parece decir Scorsese. En medio de tanto bombardeo de imágenes y tanta sobrecarga de información vacía de significado, nuestra capacidad de asombro prueba estar intacta, esperando ser convocada por un buen truco, una vuelta de tuerca inteligente, o por cosas tan inesperadas como un viejo juguete de cuerda.
La Invención de Hugo Cabret –que obtuvo 11 nominaciones para los premios Oscar, incluyendo las de Mejor Director y Mejor Película- es, finalmente, una conmovedora reivindicación de los olvidados, de los pioneros, de los inventores, de los orígenes. Un film sobre la paciente búsqueda y la cuidadosa reparación. Sobre reencontrar el hogar. O simplemente, como lo expresa papá Georges -fantásticamente interpretado por el talentoso Ben Kingsley-, sobre un niño que encontró una máquina que no funcionaba, y se propuso repararla.