Dos almas unidas en la sordidez
El director Santiago Loza, que ya había rodado Extraño en 2001 y Cuatro mujeres descalzas en 2005, vuelve aquí a esa temática en la que sus personajes transitan insondables caminos que siempre los conducirán a la autodestrucción. Aquí Mateo, un joven homosexual a punto de recibirse de médico, conoce casualmente a María, una prostituta con la que emprende una especie de viaje a ninguna parte. Ambos son casi autistas en ese camino que recorren a través de esa extraña relación en la que cada uno de ellos manifiesta sus angustias y la necesidad de comprensión.
La historia -si historia puede llamarse a la unión de esa pareja casi muda- pretende desentrañar los vericuetos de esos dos seres taciturnos anclados en sus pobres existencias. El realizador los conduce por lugares remotos en los que los sonidos son mínimos, los gestos casi invisibles y los lugares en que recalan apenas simples escenografías de su largo trajinar. Sin duda, Loza se propuso pintar una unión inesperada que surge de ese encuentro, pero su guión adolece de una total monotonía, de secuencias repetidas hasta el cansancio y de escenas de alto voltaje sexual. El film va decayendo en el intento de su director, que apostó a un entramado que sus protagonistas recorren con una casi intolerable quietud sólo rota por las ansias sexuales de María y por el funcionamiento orgánico de los seres vivos que atrapan a Mateo.
Es bastante dificultoso para el espectador seguir con atención este relato que pretende mostrar a dos almas que se unen en la desgracia y en la sordidez. Sólo los buenos trabajos de Umbra Colombo y de Diego Benedetto y los rubros técnicos aportan cierto interés a esta realización que, sin duda, cae en ese tipo de cine argentino en el que hay que adivinar lo que muestra la pantalla.