Viaje a través de los cuerpos
La idea de Loza es interesante: retratar cuerpos. Lo que busca mediante los diferentes dispositivos que el film pone en escena (planos fijos, planos secuencia con cámara en mano, secuencias casi oníricas, fragmentación de los cuerpos) es, justamente, que la relación de los cuerpos humanos narre la historia, algo que extiende la idea de sus films anteriores, Extraño y Cuatro mujeres descalzas. La actitud es loable y la idea, interesante; desgraciadamente, el experimento queda a mitad de camino.
En primer lugar, Loza opta por contar una historia que posee secretos (por qué un personaje decide viajar, por qué lleva consigo a una mujer a la que no desea y que es estéril, etcétera). Pero una cosa son los secretos –o elementos en realidad elididos, que se decide no hacer explícitos y que, en el fondo, carecen de importancia– y otra muy diferente es el misterio. El misterio que esconden estas criaturas, en la medida en que van transformándose en herramientas para que el realizador disponga de sus ideas –disolviendo así su cualidad humana–, se esfuma. Las imágenes entonces se cargan de simbolismos y lecturas que exceden el film. El juego con los cuerpos parece acercarse a la iconografía religiosa católica, también en lo que ésta tiene de dolorosa y superficial. Pero la presencia de un ojo que manipula las imágenes, que las dispone en planos pictóricos y las muestra con cierta simetría (hombre y mujer desnudos, separados, en un colchón, con poca luz; hombre y bebé, desnudos, juntos, en un colchón, más iluminados) evita cualquier tipo de empatía con estas criaturas, como si sólo se nos permitiera observarlas y reflexionar sobre lo que significan y no acercarnos a ellas como semejantes, como iguales a quienes comprender. En ese sentido –y paradójicamente–, lo que no deja de ser un film sobre la esterilidad se vuelve estéril. Un ejercicio fallido, aunque con algunas imágenes fascinantes.