Por un atisbo de luz
La nueva obra del director de Cuatro mujeres descalzas (2004) y Extraño (2003) pone de manifiesto nuevamente la fragilidad humana y se aleja del registro de la realidad, para ubicarse en otro plano cercano a lo trascendental, más profundo y en el que permanece una zona impenetrable.
Ese universo está representado por dos personajes. María, quien presta su cuerpo para prácticas ginecológicas ante un grupo de estudiantes, entre los cuales está Mateo. Un joven tímido, solitario, con ataques de psicosis, y que aún no logra definir ni su personalidad ni si sexualidad. Permanece bajo el cuidado casi infantil de una amiga de sus padres y contrariamente, o no, desea ser padre. María, en cambio, tiene la frustración certera de la infertilidad que padece, deambula por la vida con acciones autodestructivas y se prostituye para sentir algo de vida en su interior.
Ambos se encontrarán y emprenderán un viaje juntos que los irá revelando.
Con un riguroso trabajo estético sobre la imagen, los encuadres y el uso del sonido, el cordobés Santiago Loza desarrolla una obra que pone el acento en los actores y en la puesta en escena. Como en Extraño, el film no tiene casi diálogos, los textos son breves y precisos más una cámara que nunca abandona la infelicidad de esos seres. Así, el relato pone de manifiesto la necesidad del afecto, por sobre todo, y el diálogo permanente entre la vida y la muerte que condiciona el presente de cada uno.
Si bien el relato exige al espectador una lectura que complete el film, la mirada omnipresente de Loza reitera ciertas obsesiones de sus films anteriores como también de sus personajes, ralentiza el discurso y le otorga poca luz a una historia, que lo pedía.