Módico paseo por el lado oscuro
Hace quince días se estrenó El pacto, película de horrores fantasmales que sigue en cartel y con la cual La invocación comparte más de un punto de partida, algunos detalles de su nudo dramático y un par de elementos del desenlace. En otras palabras, podrían haber sido cortadas por la misma tijera. Ambas son descendientes de los relatos de casas embrujadas –con su puertas chirriantes y presencias inquietantes– y también son herederas del j–horror de finales del siglo pasado; las dos incluyen personajes que andan tratando de desentrañar una tragedia del pasado y comparten afición por los golpes de efecto audiovisuales (léase: aparición horripilante con exceso de maquillaje + sonido fuerte para julepear a la audiencia). Ni la una ni la otra debería darles vergüenza a sus responsables, pero en ninguno de los casos el producto resultante va más allá de la mera repetición y reciclado de ideas y recursos. Como la historia de los géneros cinematográficos populares viene demostrando desde hace más de cien años, no hay nada nuevo bajo el sol hasta que alguien demuestra exactamente lo contrario. Cuando eso ocurre, ¡albricias! Talento e imaginación, que les dicen.
La invocación, ópera prima de ficción del norteamericano Mac Carter –antes dirigió un documental sobre la editorial DC Comics–, encuentra su virtud en un ingenioso detalle del guión: si bien es una típica familia nuclear la que se muda a esa enorme casona en las afueras de algún pueblo, el film concentra su atención en Evan, único hijo varón del clan, un adolescente un tanto introvertido y –según dicen– con algunos problemas de conducta. Ya durante la primera noche en el nuevo hogar, el muchacho se da una vuelta por los alrededores de la finca y se topa con Sam, una vecina de su misma edad con más de un problema hogareño, cortesía de un padre alcohólico y golpeador. Enseguida se gustan, como corresponde, y al día siguiente la chica se aparece con una extraña caja con válvulas y bobinas a la vieja usanza, suerte de radio de ultratumba que permite comunicarse con los muertitos. No han sido pocos los finados en esa casa y, por cierto, esconden más de una bronca, contra propios y ajenos.
Si la relación entre Sam y Evan puede recordar por momentos a la extraordinaria Criatura de la noche, del sueco Tomas Alfredson, La invocación elimina de cuajo cualquier tipo de ambigüedades y sugerencias y pone a la dupla a merced de los fantasmas, cuya presencia sólo ellos y la menor de la familia pueden percibir. Sin prisas ni retrasos, el film avanza metódicamente y con escasas sorpresas hacia su conclusión, y no hay que ser un espectador muy avispado para adelantar las revelaciones del cierre unos veinte minutos antes de que ocurran. Hay, sí, alguna que otra novedad a la hora de escamotear el consabido final feliz, un poroto a favor que evita el conservadurismo extremo de tanto relato de terror contemporáneo. Pero no alcanza para hacer de este cuento de ánimas en pena algo más que un módico paseo por el lado oscuro, tan inquietante y divertido como puede serlo una vuelta en el tren fantasma.