Lo dijimos mil veces: ser predecible en un género como el terror es el peor enemigo de sus enemigos, salvo que estemos frente a una saga ochentosa de esas en las cuales todo era una excusa para ver como el monstruo de turno se superaba a sí mismo en la sofisticación de la forma de matar a sus víctimas. Desde “Martes 13” (1980 y secuelas) hasta “El juego del miedo” (2004 y secuelas), por abarcar cuatro décadas, la calidad de los guiones se fue al tacho que está justo a la máquina de pochochos, y los villanos se convirtieron en una suerte de antihéroes de la cultura pop en tono paródico. No es el caso de “La invocación”, pero qué bien le hubiera venido un giro hacia la comedia para evitar el desastre. Hay intención de contar una historia, pero la mayor dificultad es compartida entre el guión y la dirección.
Introducción: un tipo está desesperado tratando de sintonizar algo con una especie de radio. Transpira con cara de "falta un minuto, 0 a 0, penal a favor de su equipo y la radio que no anda bien". ¿Hacía falta exponer al actor a ese objeto que da para el chiste inmediato? Finalmente habla alguien. Son los hijos que andan perdidos en el éter, ¡vaya uno a saber cómo! El hombre pide perdón. Acto seguido es poseído hasta caer escalera abajo y romperse la mollera. Tiempo después una nueva familia se muda a la casa, pero pese a las ochocientas señales nadie percibe que hay algo raro. A todo esto una chica del barrio se hace la histérica con hijo adolescente, pero después le da bola. Luego quiere convencerlo de meterse en el desván donde está la famosa radio para develar el misterio. Le dice que ella conoce bien la casa pero, luego se arrepiente de andar llamando al espectro y dice que tiene miedo.
Eso no será la única incoherencia de la película.
El culpable de este bodrio se llama Mac Carter, un novato que atenúa este mal paso gracias a la incondicional colaboración del guionista Andrew Barrer, también debutante. La sensación es la de estar viendo un trabajo de estudiantes de cine fanáticos del género que no supieron como resolver la construcción de sus personajes ni de sus acciones. La banda sonora ayuda a anticipar mejor los sustos y la fotografía tiene un tufillo artificial, más técnicas que artística.
Se sabe que en el rubro actuaciones el terror necesita actores que entiendan el código para hacer creíble el planteo. En “La invocación” hay fallas en el casting. No se salva casi nadie, excepto por la vecina (Liana Liberato), pese a las contradicciones de su personaje, y aunque Jackie Weaver hace rato peina celuloides acá está tan obviamente maquillada e iluminada que hubiera sido mejor taparla con una caja para que el espectador no sospeche que sucede algo raro con la señora. Por cierto, la escena en la que le grita a los chicos: “¡váyanse de aquí!” (o algo así) está dentro de las peores de la década y provoca carcajadas en lugar de su intención original.