Otra película de fantasmas, con una casa embrujada a la que llega una familia. La originalidad no es el valor fundamental del cine, o al menos no es su valor definitorio. De hecho, con los mismos elementos apuntados, James Wan hizo el año último una película excelente como El conjuro. Lamentablemente, La invocación es otra cosa. No apuesta a una forma tersa y clásica, y eso que por momentos, sobre todo al principio, parece adivinarse que tal elección estaba al alcance de la mano.
Pero la película se decide por:
a. Los golpes de efecto, que aunque no son excesivos sí son facilistas, como ese paralelo entre los tres hijos y los otros tres en montaje vaporoso.
b. La obviedad expositiva que hace que todo se adivine muy temprano.
c. La falta de lógica narrativa, con los fantasmas ya activos antes de "la invocación", con la idea de cerrar una puerta ¡para que no salga un fantasma!, con la actitud despreocupada de varios miembros de la familia ante lo evidente.
d. La displicencia irritante y de bajo vuelo para despachar una película cuando se tienen los elementos para hacerla mejor, para no abandonarse a la indolencia.
En estos films irrelevantes, a veces se encuentran detalles agradables. En este caso hay dos presencias atractivas, dos actrices con actitud y brillo propio. Una es la australiana Jacki Weaver, de Picnic en las rocas colgantes, de Peter Weir (1975), recientemente nominada al Oscar por El lado luminoso de la vida. La otra es la indómita inglesa Ione Skye, de Digan lo que quieran, con John Cusack (1989), y el hit indie de 1992 Nafta, comida, alojamiento, de Allison Anders.
Pero la película no sabe qué hacer con ellas, sobre todo en el caso de la atractiva Ione Skye. La desaprovecha con pocos minutos en pantalla, así como desaprovecha las tradiciones más nobles del cine de casas embrujadas. Ni gracia arquitectónica le ponen.