Fantasmas para novatos
Otra tragedia familiar con espectros atraídos por adolescentes, en un filme de manual.
“Si hay fronteras, quizás haya un cielo”. Frases tan crípticas como esta, pronuncia Samantha (Liana Liberato), la confianzuda adolescente que pivotea una historia de fantasmas, cruzada con una relación de amor e histeria juvenil.
La invocación, opera prima de Mac Carter, viaja hacia lo seguro, sin la irreverencia de, aunque sea, buscar romper la rígida estructura de un filme de terror post 2000: casa embrujada con una tragedia familiar (los Morello) a cuestas y la llegada de nuevos habitantes.
Los recurrentes flashbacks, en tonos sepia e imágenes difusas, busca adiestrar (¿o anestesiar?) el ojo de un espectador acostumbrado, y cansado, de este tipo de filmes que, por tan enrevesados que son, pierde el eje del miedo y la intriga que busca generar.
La familia Morello parece estar maldita: el joven Mathew choca con su automóvil, la pequeña Hillary se ahoga, la adolescente Kate se ahorca y papá Franklin (odontólogo él, una profesión exprimida cinematográficamente por la morbosidad) sufre un accidente doméstico mortal, inducido por una fuerza del más allá. Sólo sobrevive Janet, pediatra ella, la exagerada caracterización de Jacki Weaver, quien tiene reacciones innecesarias (llámese gritos) y una mirada perdida que es la envidia de cualquier homicida de estirpe.
Viajando a estos tiempos, la familia feliz (los Asher), se hacen con la mansión. Y su macabra herencia. En el clan se destaca Evan (Harrison Gilbertson, de tibia actuación), un inocente joven seducido por Samantha, la vecinita sometida por la violencia de su padre alcohólico. ¿Típico, no?
Ella irrumpe en la casa familiar de los Asher como si nada la detuviese. Y no tiene mejor idea, ya que conoce la historia de los Morello, de llamar a seres del más allá.
La invocación será por voz electrónica, con una vetusta caja y sistemas de dínamo y lamparitas, a contrapelo de la tecnología de hoy, buscando un forzado efecto vintage que se retrotrae a filmes exitosos en la materia espectral con El conjuro, a la cabeza.
La aparición del ente maligno y la posesión de sus víctimas (ojos completamente negros, venas hinchadas, palidez extrema) es lo poco rescatable de un filme que se estanca en el flirteo amoroso y la timidez de la parejita, sin ahondar, desafortunadamente, en los papeles secundarios. Una película que, por lo predecible, asusta.