El último gran hallazgo de Scorsese
La última película del director de Los infiltrados propone una historia huracanada, modelada como una creciente pesadilla, que llega a borrar los límites y los marcos de una supuesta y omnipresente realidad. Se destacan también las actuaciones.
Tal vez para poder comenzar a transitar el accidentado periplo que nos propone este último film del tan personal realizador Martin Scorsese, presentado en el último Festival de Berlín hace tres semanas, sea necesario ubicarse en algún punto del camino descendente, espiralado, que nos mostraba su realización de 1991, Cabo de miedo; no sólo de este en su carácter de remake, sino de aquella primera versión de principios de los 60, dirigida por J. Lee Thompson.
Desde Cabo de miedo, interpretada por Robert De Niro, Nick Nolte y Jessica Lange, entre otros, Scorsese, desde mi punto de vista, no había logrado transmitir un relato tan afiebrado ni tan compulsivo. En La isla siniestra, cuya novela original de Dennis Lehane ansío leer, Martin Scorsese nos propone atravesar una historia huracanada, modelada como una creciente pesadilla, que llega a borrar los límites y los marcos de una supuesta y omnipresente realidad.
A sus sesenta y siete años, con una trayectoria que parte de mediados de los 60, Scorsese nos hace llegar una alucinatoria obra que saluda de igual manera, y hace suya, al melodrama, el thriller del cine negro con elementos del suspense psicológico, categorías y géneros que apuntan a este caso a volver a poner en escena aquellos principios del cine de Fritz Lang y de Alfred Hitchcock en el que "nada es lo que parece ser".
Desde La isla siniestra, film decididamente claustrofóbico, en los que la sombra de una amenaza se va desplegando silenciosamente sobre nosotros, los espectadores, Scorsese, desde ese guión sin fisuras que despierta nuestros propios terrores, se conecta con los asfixiantes espacios de un mundo kafkiano, autor que se cita en un relevante pasaje. Y es admirable ver cómo desde la situación personal de un alguacil federal, que junto con su reciente compañero de investigación llega a Shutter Island, logra abrirse a la memoria histórica, en lo que compete a las acciones y genocidios en los años de la Segunda Guerra Mundial y a las operaciones manipuladas por la política del maccarthysmo.
En este sentido, que el film se abra en el año 1954 no es sólo una cuestión de ambientación: todo el clima de persecución, espionaje y chantaje se respira en una sociedad que busca aniquilar las diferencias y que intenta expulsar todo indicio de ideología ajena al sistema, mediante la degradante política de interrogatorios y delaciones.
Y, simultáneamente, Scorsese nos coloca a través de repetidos flashbacks en la piel de quien ahora, en una situación abismal, debió matar a su enemigo, en tanto el personaje que asume de manera adulta Leonardo DiCaprio formaba parte del ejército de los aliados y en algún momento él también, en una situación límite y terminal, como lo plantea la guerra, se vio obligado a matar.
En numerosos reportajes, Scorsese, desde una reconocible humildad, señaló numerosos films que se pueden visualizar, desde algunas huellas, en La isla siniestra, cuyo título original remite a ese espacio que se define como una fortaleza presidiaria psiquiátrica. Entre otros nombres, Scorsese citó a Otto Preminger y Jacques Tourneur, a Orson Welles, Roman Polanski, Edward Dymitryk, y fundamentalmente dos documentales censurados: de John Huston Let There Be Night, sobre los efectos de la guerra en la conducta humana, como asimismo Titicu Follies, de Frederick Wiseman sobre un Hospital psiquiátrico para enfermos mentales de Massachusetts, Vértigo, de Alfred Hitchcock y Shock Corridor, de Samuel Fuller. Comentó que varios films de estos directores fueron analizados por todo su grupo de trabajo.
Estimo que el film merece verse más de una vez. En tanto la ambigüedad queda en pie al final del relato, tal vez sea oportuno ir revisando de qué manera se van construyendo ciertos interrogantes y desde qué aspectos, desde qué marcas que van hiriendo la inicial lógica se van, al mismo tiempo, desvaneciendo algunas certezas, a partir de un número. Desde la torturada mente de un individuo dominado por la culpa y el miedo, La isla siniestra nos enfrenta a miradas, gestos, de los otros, que van generando sospechas y que nos lleva a internarnos a pasadizos y laberintos, pabellones en los que anidan tenebrosos secretos, terrenos escarpados, visiones borrosas y siluetas confundidas y allí, un faro que no arroja precisamente una luz orientadora.
Desde el momento inicial, la partitura musical del film nos instala en la senda de lo incierto y lo desconocido, y así, desde el primer momento, en un cuidado y atractivo jardín el horror ante rostros desencajados comienza a emerger. Del mismo modo, el rostro del personaje central, que en tantos aspectos nos lleva a evocar a los detectives del cine negro de los años 40, acusa una permanente tristeza, lo que va señalando que, nosotros como espectadores, debemos comenzar a mirar hacia otros ángulos.
Metáfora de tormentas interiores, de recuerdos propios y delirios construidos, de golpeante paranoia, sin que haya una definición al respecto, Scorsese logra en La isla siniestra despertar nuestros propios miedos, desde este film que se va siguiendo con ese ritmo programado de un azote que no cesa, con esa frecuencia que comienza a horadar y agrietar todo indicio de aparente seguridad, que nos podría llevar a alcanzar el próximo transbordador.
Juegos de tiempos y visiones de espanto, La isla siniestra se va extendiendo frente a nuestra mirada desde una progresiva sospecha, que se multiplica y que nos asalta. Con un elenco acorde a lo planteado por el guión, que recupera para nosotros al bergmaniano Max Von Sydow y a un polifacético Ben Kingsley, con una destacada actuación de DiCaprio y de su compañero Mark Ruffalo, y la siempre notable Patricia Clarkson, La isla siniestra es, para quien escribe esta nota, uno de los últimos grandes hallazgos del cine de hoy.