La de Scorsese. De paranoias y esquizofrenias.
El sagaz lector Andrés dejaba un comentario a mi columna de la semana pasada en el cual decía “ahora nos debés qué onda con Burton y Scorsese”. Sigo sin ver la de Burton, pero estuve pensando en la de Scorsese.
La de Scorsese, es decir, Shutter Island, es decir acá en la Argentina La isla siniestra, es, definitivamente, la película más paranoica hecha por un paranoico en mucho tiempo (¿vieron que Scorsese en movimiento parece siempre mirar todo el tiempo por encima de sus hombros?). Odio contar argumentos así que contaré lo mínimo indispensable para tratar de transmitir las sensaciones que me produjo la película y de esbozar algunas reflexiones posteriores (o no contaré nada, y no llegaré más que a sobrevolar algunos planteos). Shutter Island es definitivamente una película ominosa y macabra, con algunas imágenes de alto impacto. Eso del alto impacto no es en este caso todas las veces positivo: Scorsese sabe a esta altura manejar el arte del cine y el arte de los golpes visuales. De lo que no estoy tan seguro es de que los pueda integrar con buen criterio durante toda esta película. Shutter Island es en muchos momentos efectiva y en muchos otros meramente efectista, aunque para discutir la pertinencia o la no pertinencia de las imágenes habría que develar misterios y secretos del relato que –en este caso– es mejor no hacer.
Con ese impedimento de no develar ciertos secretos, y teniendo en cuenta que el secreto ese puede justificar no pocas de las posibles objeciones que se le hacen a la película, se hace difícil hablar de Shutter Island. O se me hace difícil, porque si la película es paranoica (entre otras características de la década del cincuenta en la que está ambientada), a mí –y a otra gente que no vamos a mencionar por lo dicho ut supra– me produjo esquizofrenia: a uno de mis yo le gusta; a otro de mis yo no le gusta este thriller policial, psiquiátrico, noir y terrorífico. Al yo al que le gusta dice que es una película que justifica todos sus manierismos y sus baldazos de sangre, lluvia, gritos, fuego, sudor y paranoia con lógica, y que en una segunda visión todo debe hacerse más sólido, necesario, hasta justo. Al yo al que no le gusta dice que hay imágenes horrorosas y preciosistas que no se puden justificar, que hay límites para shockear. El yo que gustó de Shutter Island responde que Scorsese juega con el cine, lo reescribe, lo discute (ese largo, virtuoso travelling del fusilamiento en un campo de concentración no puede sino dialogar con Daney y “El travelling de Kapo”), y que todo lo ominoso y lo macabro está puesto con el alto y honroso objetivo de divertir mediante el placer de la narración (magistral, ejemplar la secuencia lluviosa y ventosa del cementerio). El yo que está molesto con la película dice que basta de historias basadas en libros de Dennis Lehane (el mismo de Río Místico de Clint Eastwood y Desapareció una noche de Ben Affleck) en los que mueren niños. Y agrega que los sueños y los fantasmas son recursos muy haraganes. Y el yo que gusta de la película no le hace caso y le dice que todo lo que parece mal usado (esa música muy ominosa del principio cuando todavía “no pasó nada”) es en últimas cuentas usado de formas nuevas, o muy elaboradas y mucho más inteligentes de lo que parecen, y le dice al yo que no gustó de la película que Shutter Island es de una potencia inusitada, y que se deje de joder.
El yo de las objeciones y el yo que gustó de la película y que disfrutó de ella (un yo masoquista, porque esta es una película para experimentar el placer de sufrir) coinciden en algo: hay que ver Shutter Island, no es una experiencia ordinaria, es la película de un gran director y definitivamente sirve para discutir (aunque sea con uno mismo).