¿Es o no es?
Hace poco hablábamos de directores confiables, como Juan Taratuto, que de alguna manera se ha logrado acomodar en sobre un piso de calidad en sus producciones que las abrazan más allá de que el producto final sea del agrado del público o no. En otro nivel, más millonario, hollywoodense, pero con una descripción similar, existe Martin Scorsese: uno de esos grandes directores, ganadores de premios Oscar y con una trayectoria notable. Sus películas pueden gustarnos o no, pero siempre mantienen ese nivel de calidad único. Pasó con Pandillas de Nueva York o con El aviador, dos filmes demasiado rimbombantes y extensos para el público promedio, que tuvieron sus detractores y sus fanáticos, pero de las que nadie puede dudar de su calidad como producto cinematográfico. Ocurrió lo mismo con Los infiltrados, una superproducción notable y ganadora del Oscar a mejor película y dirección, pero que decepcionó a muchos. Esta vez Martin no falló. Logró con La isla siniestra un largometraje de enorme clase y que posiblemente conquistará al público.
El filme comienza con una edición desprolija y a las apuradas. Desde los créditos iniciales, las letras se amontonan como si hubieran compaginado con tijera y boligoma. Y así comienza el metraje, con Edward Daniels en un barco que se dirige a la isla de marras. La edición continúa errática durante unos momentos, con cambios de planos que resultan extraños a la vista o que directamente se ven inútiles, sin ningún valor narrativo con respecto al anterior, hasta que los personajes llegan a la isla y los exabruptos quedan atrás. Y también queda atrás cualquier duda de que lo que se está viendo es una enorme película.
El detective Daniels y su nuevo compañero, Chuck Aule (Mark Ruffalo), son agentes del FBI enviados a una clínica psiquiátrica a la que confinan criminales peligrosos considerados inimputables para investigar la desaparición de una paciente. Pero para darle un toque algo más tenebroso, el hospital está ubicado en Shutter Island, una isla en la bahía de Boston. El clima de misterio que flota constantemente durante la estadía de los detectives en la institución psiquiátrica es el personaje intangible más importante de la historia y la sensación de intriga se apodera del espectador para no soltarlo hasta el final.
A medida que la investigación comienza a avanzar, las imágenes se van volviendo más perturbadoras y enigmáticas. El detective Daniels padece de achaques diversos: además de mareos y jaquecas que van y vienen, algunas visiones de su pasado lo persiguen en forma de vívidos recuerdos y de siniestras pesadillas, por lo que la herramienta del flashback se vuelve una constante durante gran parte del metraje. Muchos de esos momentos, con una presencia de lo onírico y de lo surreal muy fuerte, son de una calidad artística notable (como la escena de los papeles volando en la oficina del jerarca nazi, realmente imperdible).
Un párrafo aparte se merecen los dos condimentos esenciales de esos climas tan logrados que supo generar Scorsese con ayuda de su director de fotografía Robbie Robertson. Se trata, justamente, de la cinematografía compuesta por este último y la música, que curiosamente no es música original para el filme, sino que se trata de piezas ya existentes elegidas para la película por Scorsese y Robertson con un tino irreprochable. La misma puntería tuvieron ambos al elegir las locaciones, absolutamente terroríficas, laberínticas y misteriosas. Imágenes aterradoras enmarcadas en una música ominosa que acompaña cada escena, cada presentación de una nueva escenografía. Un clima magnífico e impresionante.
Si hay algo que criticarle al filme es su compleja manera de hacer avanzar al relato. Cuando promedia el filme, el espectador tiene poca idea de lo que sucede y no sabe cómo explicarse la mayoría de las cosas que ve. Pero al mismo tiempo, sabe bien que el propio desarrollo narrativo se lo terminará explicando. Y allí está el punto más criticable de la historia: no deja demasiado lugar para que el espectador se figure lo que va a suceder. Por momentos el relato se hace tan confuso, tan enigmático, tan enrarecido, que jugar a adivinar lo que sigue se vuelve prácticamente imposible. Cuando finalmente llega el momento de explicar los diferentes interrogantes que el filme plantea, los hilos del director se notan demasiado y atentan un poco contra la verosimilitud del relato: hay personajes que aparecen de la nada en el momento en que son nombrados, otros que se presentan -únicamente en el momento oportuno- como narradores que confiesan finalmente toda la verdad y otros elementos a partir de los cuales surge una sensación de manipulación de los hilos del relato que van más allá de nuestra participación como espectadores. Sólo una segunda visión permite al espectador descubrir si todo lo que antecede al climax estuvo acomodado caprichosamente para generar un efecto al final, si hay o no agujeros en el guión o si es un relato bien armado y sin fallas. Aún a pesar de esos breves lapsos, el filme no deja de ser sensacional.
El elenco es brillante y Di Caprio lo comanda una vez más con una solvencia extraordinaria. Este no joven hace rato que demostró -igual que Brad Pitt- que no es sólo una cara bonita sino que es un genial intérprete. En este filme muestra quizás algún sobresalto momentáneo, pero su actuación global es muy buena. Lo acompañan con muy buenas performances Mark Ruffalo, Ben Kingsley y Max Von Sydow (que interpretan a dos de los doctores más importantes del hospital) y Michelle Williams.
La isla siniestra es la primera incursión de Scorsese en el subgénero llamado "thriller psicológico". No sería tan osado decir que es la mejor película que hizo en mucho tiempo, a pesar de que en los últimos años el director neoyorquino se llenó de galardones por todo el mundo. Pero a pesar de toda la calidad demostrada en sus últimos proyectos, ninguno contaba con esos climas entre Hitchcock y Kubrick que hacen de este filme la maravilla que es. Una película perturbadora, fuerte, confusa, intrigante y de inmensa calidad adorna una cartelera llena de propuestas. Será cuestión de aprovechar.