Film que disimula sus defectos en sus logrados climas.
Maldito Scorsese. ¿Cómo hablar de La isla siniestra o de las conclusiones que se pueden sacar sobre ella sin decir nada que revele, malamente, algo de su desenlace? Sí, el nuevo film de la dupla Scorsese-DiCaprio viene con giro sorpresa al final. El asunto es que el relato se parte definitivamente luego de esa revelación y lo que sigue es otra película o, la misma, pero repleta del sentido y el significado que hasta entonces no habíamos comprendido. A Scorsese, en realidad, no parece importarle del todo el giro de la película, sino que le resulta funcional a lo que quiere decir. Y lo que quiere decir es, sin contar demasiado, cómo el cine -al que recuerda a partir de incontables citas- o el arte de imaginar historias construyen paradigmas sobre los que recostarnos para vivir plácidamente cuando la realidad nos agobia. ¿Cómo llegamos a eso? Mejor ver la película.
El final de La isla siniestra, en ese marco, se presta para la polémica. Decididamente el alguacil Teddy Daniel (DiCaprio) toma una decisión de vida: si es la más feliz o no, eso depende del punto de vista de cada espectador. Punto de vista, algo sobre lo que Scorsese trabaja de manera obsesiva, limando y puliendo todas las amplias posibilidades que le permite su protagonista, un tipo evidentemente atormentado, con serios conflictos personales a partir de hechos de su pasado que lo han complejizado, y que se mete a investigar la desaparición de una peligrosa mujer que está detenida en una prisión para criminales con trastornos psiquiátricos, la Shutter island original. Scorsese retrata y sigue con tanta fruición a ese personaje, que el film no puede ser otra cosa que una obra paranoica, enfermiza, perversa. Cada rincón de la mente de Daniel contamina la narración hasta que La isla siniestra termina convirtiéndose en una película agobiante donde todo parece estar por estallar (algunas claves para descifrarla se pueden hallar en la forma en que está trabajada la banda sonora o cómo el film recurre a evidentes back projectings, todos recursos extradiegéticos del cine).
También, hay que decirlo, La isla siniestra es una película fallida en la carrera de Scorsese (no mala como El aviador). Muchos han cuestionado su final, que es cierto que por anticlimático no está a la altura del resto del relato (que es sumamente atmosférico), aunque también es real que en esos minutos se encuentra el meollo de lo que Scorsese quiere decir y que le terminan de dar un sentido a las imágenes que hasta entonces sólo habían generado en el espectador extrañeza y confusión. En lo personal creo que los problemas de la película no son narrativos, sino -raro en el bueno de Martin- precisamente en la relación que mantiene con las imágenes. No descubrimos nada si decimos que la violencia en sus películas es un personaje más. Sin embargo, por más excesiva que sea en sí, nunca parece exceder al relato. En La isla siniestra lo sangriento, en ocasiones, es gratuito, efectista; en otras, mucho peor, es abyecto.
Pero aquí, y por eso La isla siniestra es una película tan fallida como seductora a la vez (peligrosamente seductora si tenemos en cuenta cómo juega con la mente), uno no puede dejar de notar que estamos ante un film de Scorsese, alguien que no sólo es uno de los directores más talentosos de las últimas cuatro décadas, sino que además mantiene un fuerte lazos con la teoría y la filosofía en el cine. Obvio que Scorsese sabe que el traveling es una cuestión moral, que las imágenes tienen su ética y que conoce lo que Daney ha dicho al respecto. Por eso, cada recuerdo de Daniel en Dachau (el personaje estuvo en la Segunda Guerra Mundial) no puede ser visto como otra cosa que una provocación a esos preconceptos. Scorsese construye un film donde la política (explícitamente en su contexto paranoico de la década del 50 en el que transcurre la historia) está presente de manera subterránea como rumor paranoico, y que por eso no puede dejar de construir una realidad donde las imágenes también son política: un fusilamiento de alemanes registrado con un estilizado traveling, una pila de cadáveres judíos mostrada con detalle. Política de la imagen, incorrección política.
Pero atención, el problema de este juego en la cornisa de Scorsese con la propiedad o no de las imágenes encuentra su límite, precisamente, en su última parte: allí, ya cuando lo que se ve no pertenece al terreno de la fantasía de los sueños recurrentes sino a la realidad, cuando el film deja de justificarse por medio de su adscripción a géneros, estilos y la autoconciencia de estar recorriendo a Hithcock o Fuller o Tourneur, es cuando nos hace ruido (otra vez un film basado en una novela de Dennis Lehane que muestra a un padre gritando por la muerte de su hijo con una grúa que se eleva al cielo, igualito que en Río místico). Porque una película donde un director elige qué revelar y qué no revelar de su argumento con el objetivo de sorprender al espectador, también debería tener la capacidad de no mostrar algunas cosas que podrían ser dejadas en fuera de campo.
Por eso, y por la forma explícitamente artificiosa con la que está construida, La isla siniestra está hablando del cine: transita evidentemente sobre la memoria cinéfila de las imágenes de aquellas películas que se hacían sesenta años atrás. Y no vale acusar a Scorsese de volverse demasiado introspectivo y endogámico con la cinefilia, porque precisamente la fuerza del cuento está puesta en una sensación continua de encierro y falta de escapatoria. Scorsese se cuestiona y deja en claro que el cine (también ese que conceptualizó el nazismo como villano: allí hay conexiones con Bastardos sin gloria) es una evasión habitable contra cierta realidad, bajo el conocimiento de que se está perdiendo algo para siempre. Y que también la expectativa es una pura invención del cine: por eso frustra y decepciona su final en un juego de espejos entre Teddy Daniel y el espectador (uno también puede elegir en qué parte de la película se queda). Lo cierto, y que no deja lugar a dudas, es que por la tensión que genera, mirando La isla siniestra uno la pasa bastante mal. La película está filmada con las tripas y eso es algo que no se ve demasiado por estos días.