Una isla a la que nunca llegamos.
Scorsese es un cinéfilo. Un amante del cine, y principalmente, de las películas de Hitchcock. Y, mucho mérito del (re)descubrimiento de Vértigo, la mayor película del rey del suspenso, se deba al director de Toro salvaje (*Nota: En el día de la publicación de esta crítica salió un juego bastante interesante, justamente, sobre el proceso de restauración de los films de Hitch por parte de Scorsese, lo pueden ver acá). Se suponía que este, entonces, con La isla siniestra brindara un espectáculo de terror y suspenso manífico, un homenaje tan grande como algunos de los títulos previos del director. Incluso, podríamos agregar, que al haber ganado el Oscar por Los infiltrados, Scorsese estaría todavía más tranquilo y haría no tanto una película personal, sino un blockbuster inteligente y atrapante, estilizado y entretenido. El problema es que de estos adjetivos, la película sólo es una módica narración de suspenso con un tercer acto para nada sorprendente. Y sí, el estilo es lo que más importa, porque uno nunca se siente en la isla del título, sino más bien mirando un módico ejercicio de adaptación de otra obra más del autor de la novela Río místico.
Los homenajes a Scorsese parecen más que nada para distraer al cinéfilo nerd, para que se la pase diciendo "ah, mirá, esa toma es igual a la de Psicosis" o "acá DiCaprio hace lo mismo que Cary Grant al final de Intriga internacional". Porque el resto de la película tiene un ritmo más propio de un thriller más, que, como Hollywood manda, tiene uno de esos finales que harían a Night Shyamalan babearse por arruinar.
El primer acto cuenta la llegada de Teddy Daniels, el ofuscado detective interpretado por Leonardo DiCaprio (quizás, más cercano ahora a Howard Hughes que en la biopic El aviador) a la isla para criminales dementes. La llegada es lo más memorable del film: se nos presenta al protagonista y su compañero llegando a la fantástica isla del título a través de una niebla que parecería cruzar a otra dimensión.
Él detective acarrea problemas y bastante trágicos: su mujer (Michelle Williams, ex mujer en la vida real y mujer en la ficción de Heath Ledger en Secreto en la montaña) murió calcinada por un pirómano. Las cosas se vuelven más turbias cuando Teddy sueña, en sus periódicos viajes oníricos a su vida pasada, con ella, quien le asegura que el criminal está encerrado en la isla. Pero su deber no es vengarse, o pelear con fantasmas del pasado, sino encontrar a la paciente Rachel Solando. Misteriosamente, se "desvaneció" del instituto de máxima seguridad. Lo que sigue es una pesquisa de parte de Teddy (nunca abandonamos su punto de vista, claro) para tratar de descubrir la verdad. Pero las cosas se complican, cuando empezamos a sospechar que quizás todo el instituto podría ocultar algo más tenebroso. Macabro, incluso (es esencial, que toda la paranoia esta viene en plena caza de brujas, superada la guerra contra el nazismo). Y para peor, Teddy es un hombre problemático. Sería el paciente/experimento, perfecto.
Creanmé, pero con la sensación de peligro o paranoia en una isla con interminables tormentas, locos con cara de asesinos (bueno, todos lo son), antihéroes que dejarían normal a Travis Bickle a su lado, y dos monstruos de la actuación como Ben Kingsley (Gandhi, La lista de Schindler) y Max von Sydow (El séptimo sello) como doctores siniestros, plus un DiCaprio bastante psicótico, uno debería aferrarse a la butaca del suspenso que provocaría cada esquina, cada rincón sin luz de La isla siniestra. Pero no. Uno siente que está en una isla totalmente artificial. Que todo es puro artificio. Si sacamos los actores y la psiquis de los personajes, el estilo de Scorsese (esa edición impactante) se nota apenas un par de veces: bueno, también están los errores de continuidad que intentan hacer "sucia" una película que está mucho más cerca a Pandillas de Nueva York que a Taxi Driver.
No le recrimino al director haber optado por un enfoque más digerible, mientras me brinde una buena historia de suspenso. Pero acá, en cada plano, cada efecto digital, se nota el artificio. Se delata en la estructura del guión, que es previsible (y sin adelantar nada, ¡basta de matar niños Dennis Lehane!), en la llegada a la isla, con una banda sonora no original que intenta reforzar la idea de la oscuridad subyacente y no lo logra (sí quieren ver algo aterrador, y con una banda sonora que lo potencia, miren El resplandor, de Kubrick).
Hay una revisión del nazismo, pero es mucho menor a la de Tarantino, que hace unos meses parecía decir basta a la solemnidad de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Acá, Martin al principio parece un poco afectado por el maniqueísmo de Hollywood, pero después unta todas las subtramas, para que tengan mayor relevancia. Pero ese también es uno de los problemas: la película quiere decir tantas cosas que al final, dice pocas.
Parece que Scorsese, tan apegado al cine de los '50 quiso reconstruir su escencia. Algo así, como, citando de nuevo a otro director-cinéfilo empedernido, Tarantino con el grindhouse en A prueba de muerte. Pero ambas películas comparten los mismos efectos y defectos: las dos son más que prolijos ejercicios estéticos que intentan copiar un estilo, pero también carecen del factor humano, de la conexión emocional con el espectador. Da la misma sensación estar en la isla tenebrosa que arriba del Dodge furioso. O sea, lindo para ver. Nada más.