Gauchos en Jerusalén
La Jerusalem Argentina (2018) es un documental contemplativo sobre la colectividad judía en una provincia de Argentina. Bajo un clima de reminiscencia histórica y de reconstrucción religiosa, se centra en las personas encargadas de evitar la desaparición y el olvido de sus antiguas costumbres haciendo que el mundo cotidiano se nutra de ellas y, a la vez, sus recuerdos sobrevivan al paso del tiempo. Sincero y concreto film sobre salvaguardar la memoria.
Moisés Ville está en Santa Fe en un pequeño pueblo donde se encuentra una importante herencia de los inmigrantes judíos que llegaron a la Argentina en 1889. Esta fue una colonia fundada por sus deseos de continuar un legado agrícola y rural. Hoy ya quedan los últimos herederos de los gauchos judíos, lo que fuera una comunidad numerosa en el pasado. En el presente son los encargados de que no se pierda el recuerdo de sus antepasados a través de actividades diarias, simples y cotidianas que intentan contarle a la gente, inclusive turistas, sobre sus raíces.
Sin duda que la construcción desde la memoria es tangible en este documental dirigido por Iván Cherjovsky y Melina Serber, y resulta interesante que lo haga a través de cierta contemplación onírica. Que sea el espectador el que descifre lo que está mirando. Lentamente se va vislumbrando la relación entre cada espacio y cada personaje. Entre lo que se dice y lo que se está planificando. Y de ahí surge la idea de pueblo y colectivo. Armar la figura desde la fragmentación es lo que más realza a este trabajo y mantiene su interés.
Si bien puede restarle la excesiva languidez en sus imágenes, también es verdad que trata de salir un poco de cierto estilo repetido y opta por empezar de otra manera y no solo entrevistas o relatos ya antes vistos, sobre todo cuando se trata de un documental del cual uno que no conoce pueda quedarse alejado. Idea arriesgada de hacer que el espectador se encuentre con la fortaleza de sus imágenes y que interprete las actividades previas a una festividad. Y el trabajo sobre los espacios como resquebrajamientos emotivos de un pasado que subsiste entre los jóvenes y niños es una atractiva alegoría. Más aún, si la figura del museo queda como idea de ruina de fondo sobre la memoria y es la gente la que lleva el relato. Después entra en cuestiones más de juego y gracia, los personajes que desfilan tienen su propia expresividad y es finalmente, sobre todo hacia su desenlace, que encuentra una adecuada forma para generar esa idea de pueblo y colectividad.