Pasteurización y desencanto
Estamos ante un nuevo retrato de la monarquía británica, centrado en esta oportunidad en los primeros años del extenso reinado de Victoria I y su relación con quien luego sería su esposo, el Príncipe Alberto. Precisamente la “era victoriana” fue un período de enormes cambios para el Reino Unido: consolidación del imperio colonial, reformas electorales varias y comienzo de las reivindicaciones independentistas de Irlanda. Sin embargo el film obvia estos “detalles históricos” para celebrar un corazón rosa y la romantización ingenua.
De por sí esta perspectiva artística no tiene nada de malo más allá de su innegable obsecuencia con fines comerciales, el problema es que ni siquiera está aprovechada del todo. La Joven Victoria (The Young Victoria, 2009) no es más que una versión pasteurizada y carente de encanto de María Antonieta (Marie Antoinette, 2006): desapareció la valentía de aquel relato descontextualizado sobre una adolescente “predestinada” a la grandeza, sólo queda el preciosismo de los escenarios y para colmo se ha instaurado la corrección política.
El elenco aporta profesionalidad y sapiencia, destacándose Jim Broadbent, Paul Bettany, Miranda Richardson y Mark Strong. De hecho, en buena medida la película se sostiene por la química entre Emily Blunt y Rupert Friend, Victoria y Alberto respectivamente. El realizador Jean-Marc Vallée y el guionista Julian Fellowes construyen un paneo amable aunque insípido por una época turbulenta sin llegar a desarrollar sus puntos álgidos o por lo menos ofrecer el sustrato dramático necesario, entregados a un penoso titubeo emocional.
Debemos concluir que en términos generales la obra se ubica entre las recientes La Otra Bolena (The Other Boleyn Girl, 2008) y La Duquesa (The Duchess, 2008), con un triángulo amoroso casi suprimido y evitando caer en los bajos fondos característicos de los opus de Shekhar Kapur sobre Elizabeth I. Intrascendente a más no poder, La Joven Victoria hace gala de una trama que no conduce a ningún lugar, finaliza de manera abrupta y únicamente agradará a la crítica rancia, el jurado de la Academia y algún que otro burgués estreñido.