El juego estratégico
A Hollywood siempre le interesaron las historias de héroes comunes. Personas que ante las vueltas del destino se ven involucradas en la posibilidad histórica de convertirse en patriotas abanderados de su país. Historias que sirven para reafirmar los discursos bélicos norteamericanos y sus luchas fronteras hacia afuera, ocultando de paso, problemas internos.
Esta es una de ellas, la de Bobby Fischer (Tobey Maguire), el ajedrecista norteamericano capaz de ganar la batalla él sólo contra la Unión Soviética en plena Guerra Fría. El dominio de la potencia comunista en la década del sesenta en el ajedrez era indiscutible, teniendo a su máximo exponente en Boris Spassky (Liev Schreiber), campeón mundial de la destreza. Bobby Fisher oriundo de Brooklyn, de clase trabajadora y obsesionado con el juego, se convierte en representante inesperado de Estados Unidos en su lucha simbólica contra el comunismo. Su popularidad asciende y también sus conflictos de paranoia que le afectan su desarrollo social.
La jugada maestra (Pawn Sacrifice, 2014) sigue la estructura de una película deportiva con las características cerebrales y la inacción que el juego plantea. Ante esa cuestión anti cinematográfica, la película hace todo lo posible por imponer ritmo y fluidez al relato. Pero su mayor problema se encuentra en la falta de profundidad del conflicto. Como siempre las películas que describen acontecimientos históricos lo suelen hacer desde un único punto de vista -el estadounidense- obviando otros, eludiendo así cuestiones en pos del mensaje patriótico a trasmitir.
El director indicado para ubicarse detrás de cámara es Edward Zwick, de tantas patrióticas épicas en sus espaldas como Tiempos de Gloria (Glory, 1989), pasando por Leyendas de pasión (Legends of the Fall, 1994) hasta El último Samuray (The Last Samurai, 2003). Siempre comprendiendo “La” historia desde un punto de vista de triunfo americanista. La historia adquiere una narración clásica de esas donde el mensaje aleccionador se hace más efectivo.
Y claro, ante semejante escenario macro, el film centra su conflicto esencial en lo micro: los problemas psíquicos de su protagonista Bobby Fischer. El hombre real fue usado como tantos otros para ser abanderado ocasional de su nación y luego desechado y olvidado por la misma cuando dejó de hacerlo. En la película son sus propios desórdenes mentales que lo acosan y causan la sensación de paranoia -tan común en la época- de ser espiado pro agentes rusos, aquello que ocasiona el desequilibrio y auto exilio del hombre. Es así como le hace insufrible la convivencia a sus acompañantes, su amigo el Padre Bill Lombardy (Peter Sarsgaard), y su representante Paul Marshall (Michael Stuhlbarg, Un hombre serio).
Además de lo mencionado, la actuación de Tobey Maguire se torna por momentos insoportable. La suma de tics y exceso de gestos terminan rompiendo con la identificación hacia el personaje al punto que se hace difícil empalizar con él. Un problema para un relato clásico acartonado que depende de dicha identificación del espectador para construir su discurso trillado.