Biopic testimonial
Como aficionado al ajedrez, debo decir que esperaba el estreno de La Jugada Maestra (Pawn Sacrifice, 2014) con muchas expectativas. No es común encontrar películas sobre este apasionante deporte y mucho menos con un director de la talla de Edward Zwick (El Último Samurai, Diamante de Sangre, entre otras) detrás de las cámaras.
En este sentido, no hay dudas de que el personaje que más elementos reunía para ser llevado a la gran pantalla (sobre todo para la etnocentrista mirada hollywoodense), era Bobby Fischer: por su incasillable talento, por su obsesiva –y patológica- personalidad, por el boom publicitario que generó y, fundamentalmente, porque fue utilizado como un recurso más de cooptación en la guerra psicológica que enfrentó a EE.UU con la Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX.
La película retrata entonces la vida de este excéntrico ajedrecista, desde su meteórico ascenso durante su juventud hasta el mítico torneo de 1972, donde se consagró campeón mundial con tan sólo 29 años. En ese derrotero, la rivalidad con el soviético Boris Spassky (Liev Schreiber) ocupa un lugar central, como así también sus trastornos psicológicos signados por una obsesividad flagrante y una marcada paranoia anticomunista y antijudía.
En ese sentido, el guionista Steven Knight decidió trabajar la figura de Fischer a partir de la dicotomía genialidad/locura, es decir, la idea de un prodigio único que sólo es tal en función de los demonios que lo acechan. Este enfoque causal resulta muy trillado si tenemos en cuenta la recurrencia de este concepto en muchas biopics anteriores (“Una mente brillante”, por ejemplo). Además, el énfasis puesto en la soberbia y excentricidades de Fischer -sumadas a la hiperbolizada y artificial actuación de Tobey Mcguire- hace que, como espectadores, nos sea muy difícil empatizar con él.
Por otra parte -y en lo que respecta al desarrollo de la historia- el film padece las consecuencias de un guión superficial, demasiado preocupado en el avance cronológico de los acontecimientos y muy poco ocupado en la descripción dramática de lo que va ocurriendo. Así sucede, por ejemplo, con la relación de Fischer y su madre que, siendo una veta interesante para conocer más al personaje, termina pasando rápidamente por el relato sin demasiado desarrollo. En otras palabras, si la regla “Show, don’t tell” (Muestra, no cuentes) es una de las condiciones fundamentales para la narración de historias (escritas o audiovisuales), La Jugada Maestra hace exactamente lo contrario: explica mucho y muestra poco.
En conclusión, más allá de algunos aciertos (el principal: la inserción de la historia en el contexto de la guerra fría), la película termina siendo una biopic testimonial, literal y muy superficial. Una lástima, porque daba para mucho más.