Es raro encontrarse con una película de ajedrez. Si se saca del mapa a dos obras maestras como lo fueron El séptimo sello (1957) y al cortometraje famoso de Pixar del 97′, solo se puede tener en cuenta a The chess players (1977), del maestro Satjayit Ray, o Searching for Bobby Fischer (1993), de Steve Zaillian, siempre y cuando se tomen en cuenta películas de ficción.
La jugada maestra es un biopic sobre el desquiciado maestro americano del ajedrez Bobby Fischer, que supo enfrentarse, en plena Guerra Fría, a todo el estado Soviético sentado frente a un tablero. El film va desde los inicios del ajedrecista hasta la famosa partida a doce juegos contra el soviético Boris Spasski. Algunos espectadores sabrán el resultado final, pero lo importante de la nueva película de Edward Zwick (El último samurai, Diamante de sangre) es descubrir la personalidad de un prodigio.
Durante la mayor parte de la película se podrá ver a un Bobby Fischer ya consagrado, encarnado por Tobey Maguire, un actor que hace rato no aparecía en la industria. La otra porción de relato se refiere a la niñez y adolescencia del protagonista. Hay que decir que Maguire lo hace realmente bien. Los cínicos gestos de Fischer, así como sus repentinos cambios de humor y ataques paranoicos, están representados con sumo respeto y fidelidad. Es que la vida de Fischer deja una rica historia que contar. Lo que importa excede su carrera y la rivalidad con Spasski (Liev Schreiber) de la manera que se cuentan el relato, sino que lo que interesa es descubrir la complicadísima personalidad de uno de los mayores genios de la historia del deporte. A medida que la historia avanza se ve un Fischer más desenfrenado, egoísta, caprichoso, paranoico y psicótico: Maguire lleva a flote todo un desafío. Da la sensación que al tratar de insertar todo lo relevante de la vida del personaje se pierde la capacidad de contar una historia meramente cinematográfica, que es lo que acostumbra Zwick. El director intenta crear de todo esto un thriller, o más bien una película de retos con un “gran pleito final” y todo termina siendo una explicación de la locura que conlleva el ajedrez y una serie de sucesos que desembocan en un final anunciado poco antes pasada la mitad del filme. El espectador podría preguntarse si es en el minuto 114 en donde realmente termina la película.
Es interesante el tratamiento del personaje de Liev Schreiber, Boris Spasski. Sin incidencia más que con la presencia amenazante digna de un gran rival durante la primera mitad, se expone en la segunda, cuando se descubre su personalidad y logra poner en una distinta posición al gran duelo entre los dos maestros.
A lo que respecta el ajedrez como objeto de suspense, Zwick le buscó la vuelta correctamente. No importa si el espectador sabe las reglas del ajedrez o no, en La jugada maestra es algo que no es de vital importancia. No importan los movimientos en el tablero de Fischer o Spasski sino que el enfoque está en las personalidades y en las lamentablemente graciosas y exhuberantes decisiones físicas que toman los personajes. Si bien la locura de Fischer avanza hasta un punto determinado, luego aparecen las reincidencias. Zwick juega con este aspecto con la primera escena, anticipo de un Fischer desenfrenado en una habitación sin contarle al espectador por qué.