Dan ganas de seguir bailando… y soñando
Esta encantadora comedia romántica acude a la música y el baile para homenajear a los soñadores, “esos tontos sin remedio”, los que llegan y los que no llegan. El film elige un cielo de estrellas para pasearnos por los difíciles caminos del éxito, el amor, la vocación, el gusto del público y las cambiantes modas. Es una película emotiva y triste, bella y sensible, que tiene al deseo como el gran motor que sostiene la historia. Hay que atender la letra de las canciones, porque allí hay pistas que explican la travesía sentimental y artística de Mia y Sebastian, una camarera que sueña ser actriz y un pianista que sueña devolverle al jazz sus mejores días. Porque “Mi meta son las alturas y perseguir todas las luces que brillan”, dice una canción. Y allí van ellos, tras esas estrellas, inspiradores y lejanas.
El realizador ha puesto talento y ternura al servicio de una historia que nos reconcilia con lo mejor del género. No se valió de grandes bailarines ni de grandes cantantes. No los necesitaba. Al contrario, apeló a dos figuras sin antecedentes en el musical y hasta los filmó con planos sin cortes, como para que una eventual imperfección forme parte de esas vidas agitadas por sus impulsos y sus ganas. Y Los Angeles nunca lució tan atractiva. Esa ciudad, “donde se venera todo/ y no se valora nada” deja ver sus mejores rincones porque la vemos con los ojos de ellos. Son Mia y Sebastian quienes la transforman. Como cantaba Gardel: “Con ella a mi lado/no vi tus tristezas/tu barro y miserias/ella era mi luz”. Emma Stone esta magnífica. Frágil, indecisa, siempre sensible y luminosa, su Mia nos dice que a veces llegar no es lo mejor y que el amor y el triunfo suelen andar por caminos separados. Pero “un poco de locura es la clave/para poder ver nuevos colores”, nos canta. ¿El jazz y el romanticismo están muriendo?, nos pregunta chazelle. El público de hoy parece poner la nostalgia en el estante de las cosas inútiles. Pero el film exalta a esos amores que no cesan en sus búsquedas, intensos e incompletos, inmensos y ansiosos: “No sé que quiero hacer/ pero quiero hacerlo contigo” dice otro tema.
“La la land” es también un homenaje a Hollywood, a esa catedral de la fantasía. Por eso Ingrid Bergman, Casablanca, varios rodajes, Rebelde sin causa salen al encuentro de estos dos soñadores que tenían más cuando tenían menos. El film contagia vitalidad, transmite imaginación y energía, aporta hermosos temas y danzas. Ver correr a una mujer por amor entre calles oscuras, siempre conmueve. Y la última secuencia, demoledora y triste, nos deja ver que el amor, como alguna vez le pasó a la Bergman, puede estar también en el adiós. Y que aquellas parejas que no pudieron ser pero que el tiempo no pudo desgastar, seguirán eternamente unidas. El final es magnífico: al amparo de la melodía, los dos por separados van imaginando lo que no pasó, lo que pudo pasar y lo que deseaban que hubiera pasado. Un film de hermosas canciones. Una apuesta romántica en medio de una cartelera sobrecargada de estruendos. Y una fascinante fábula que pone el amor como única certeza entre tantas preguntas y sueños.