Toda fe necesita un santo y toda iglesia necesita un trabajo de chapa y pintura para sostener a sus fieles. En el jardín de los géneros que se bifurcan por los pasillos de Hollywood, las cuentas bancarias y la falta de ideas, que surja un film que parece idealizar desde la belleza y el optimismo lo mejor de la tradición del cine clásico estadounidense, es un milagro.
La la land llega a los cines del mundo cuando la gente no sale de sus casas para ver el último estreno porque lo tiene a mano, en cualquier portal de streaming, pago o gratuito, o en no más de cinco clicks de distancia en su navegador web preferido y su app de descarga.
Así es que el film dirigido por Damien Chazelle (el mismo de la aplaudida Whiplash) es un gran beso en la boca de la feligresía del cine de masas, aquel de la love story y los pasos de baile entre la bella pareja protagónica.
Del otro lado del océano ocurre algo similar los domingos de misa en la Plaza Vaticana, donde el papa Francisco lidera encuentros que envidian rockstars de el mundo entero. Jorge Bergoglio fue elegido para hacer volver a los desencantados de una Iglesia Católica gris, apolillada y cómplice de atrocidades durante centurias. Francisco es hoy el La la land de la institución que lo ungió Papa, un fuego artificial con coletazos entretenidos para el gran público, el que perdona todo, el amante de los slogans y los happy ends.
Esa facilidad para dejar pasar cuestiones de fondo hace que, otra vez en esta parte de Occidente, La La Land sortee el escollo que es su propio guión, constriudo en base a todo eso que le gusta al público más disímil cuando se entrega a los brazos de la meca del cine. Bailes coloridos, gran despliegue coreográfico (registrado con una cámara pefecta, obsesa en el detalle) y una pareja protagónica (Emma Stone, Ryan Gosling) que tiene química y resuelve su rol de Ginger & Fred con gracia a lo largo de un puñado de logrados planos secuencia.
Al entrar en el juego del film importa poco que el conflicto no exista y apenas asome en forma de anécdota de libro íntimo teenager. El guión funciona como sostén del idilio, que a su vez es un leimotiv (hablar de trama sería exagerado) de la historia que esbozaron sus autores.
De esta manera, este largo que arrasó en los Globos de Oro y aspira a hacer lo mismo en la por venir ceremonia de los Oscars (con 14 candidaturas es la película más nominada de la historia) es un Mesías corporizado en formato digital y widescreen. Como el líder religioso católico nacido porteño, que a fuerza de estilo campechano y frases con FX renovó la imagen de una institución arcaica, ahogada en fortunas bien guardadas en sus bóvedas. Algo así como la otra institución, casi igual de arcaica y con domicilio en Los Angeles, que hoy engrosa sus cajas fuertes con los taquillazos de la cinta milagrosa. Amén.