En la tierra de los sueños
La La Land es un homenaje a los musicales de la Metro con momentos hermosos y una pareja encantadora, pero con un guión que hace agua.
El record de 14 nominaciones al Oscar (que comparte con La malvada y Titanic), siete Globos de Oro (que no comparte con nadie) y el run run entre los que la fueron viendo desde su estreno en el Festival de Venecia hace poco más de cuatro meses hace de La La Land: Una historia de amor la película más esperadas del verano. Además hay que agregar que se trata de la nueva de Damien Chazelle, que sorprendió hace dos años con la extraordinaria Whiplash: Música y obsesión, y que es un musical que se propone como homenaje a los clásicos en Technicolor de la Metro de fines de los años ‘40 y principios de los '50.
El objeto La La Land es extraño y problemático. Recuerda por un lado a El artista, de Michel Hazanavicius, en cuanto a que imita un género de una época en particular sin actualizarlo. En favor de la película de Chazelle podemos decir que no es lo mismo echar mano de un musical de los años '50 que del cine mudo: en los primeros había una estética buscada que no tenía relación estricta con las restricciones técnicas. Con mejor voluntad, podemos emparentarla con Lejos del paraíso, de Todd Haynes, y su representación de los melodramas de los años '50; el homenaje explícito a Rebelde sin causa nos lleva en esa dirección.
Hasta la mitad de la película, la cuestión es esa y podemos alternar entre el disfrute de este homenaje muy bien filmado y el hastío de saber que estamos ante un truco, consecuencia de la falta de ideas, que para colmo va a ser festejado en la ceremonia de los Oscar como lo más novedoso. Yo me encuentro más cerca del primer grupo, pero no eso no es tan importante. Porque el problema verdadero viene después.
A partir de que Sebastian (Ryan Gosling) y Mia (Emma Stone) se besan por primera vez y empiezan la relación, La La Land pega un giro, abandona el musical, y entra en un pozo narrativo del que emerge en los últimos minutos gracias al evidente talento de Chazelle para cerrar sus historias con un timing (un tempo, digamos) perfecto. Pero la segunda mitad de la película, que es la que contiene toda su densidad temática, no solo palidece respecto de la primera, sino que es confusa y desprolija por sí misma.
Sebastian es un pianista virtuoso amante del jazz a la vieja usanza, pero que sobrevive tocando teclados en bandas de covers de música que detesta. Mia es una aspirante a actriz que trabaja en el bar del lote de la Warner Bros. y se acerca a ese temido momento en que tiene que reconocer que fracasará en alcanzar su sueño.
A Hollywood se la conoce como “la fábrica de sueños” y el tema de la película es ese: los sueños. El sueño de Sebastian es tener un bar de jazz y el de Mia es ser una actriz de cine exitosa, y es en la segunda parte de la película en la que esto se pone de manifiesto en forma de conflicto. La historia que Chazelle parece querer contar es: ¿Seb y Mia alcanzarán sus sueños a costa de su amor? Pero los acontecimientos no resultan naturales y las motivaciones de los personajes son incongruentes. Es difícil analizar este tema en profundidad sin espoilear, así que en resumen: no queda claro por qué Mia y Seb hacen lo que hacen, se comportan como se comportan.
El problema de fondo está en el guión. (¿Puede ser buena una película con un guión tan mal resuelto? Yo creo que puede no ser totalmente mala.) Chazelle se va sacando “temas” de encima. Primero homenajea a los musicales de la Metro, después abandona el homenaje y se pone a contar el conflicto de Seb, después lo abandona y se centra en el de Mia, y así sucesivamente, en capítulos desconectados no solo temática sino -y esto es lo peor- narrativamente. A no conduce a B.
Al final Chazelle logra ponerle un moño elegante a ese paquete bastante desprolijo y uno sale del cine confundido. Porque más allá de todo lo malo, La La Land tiene momentos hermosos, una pareja protagonista encantadora y una postura polémica acerca de la música que puede enojar a muchos pero que nos hace pensar, discutir. No son tantas las películas que logran eso.