El musical en cine es un género... complicado, quizás incluso para un público muy puntual, casi de nicho. Un espectador promedio piensa en musicales y se remite, de manera algo inevitable, a gente chapoteando bajo la lluvia, a décadas pasadas, a renombradas figuras que ya homenajeamos hace rato en los Oscars. Algunos directores han intentado reflotar el género y adaptarlo a nuestros tiempos con bastante éxito: Lars von Trier y Bjork con Dancer in the Dark, en el 2000; Baz Luhrmann con sus versiones de Romeo + Julieta y Moulin Rouge!; o hasta Ryan Murphy con sus seis temporadas televisivas de Glee. La clave del éxito quizás sea tomar un referente, convertirlo en algo más pop, y llevarlo a cabo con una joven pareja. Pero, ¿cómo hacer que un musical en torno al jazz resulte atractivo para los millennials del público actual? Ese es el problema al cual se enfrenta el autor y director Damien Chazelle.
Y es justamente el mismo problema al que se enfrenta Sebastian, el protagonista masculino de La La Land interpretado por Ryan Gosling. Un talentoso pianista amante del free jazz, Seb reconoce que se trata de un género musical que, lamentablemente, para gran parte de su audiencia, caducó o está en vías de hacerlo. Angustiado e impotente, contempla cómo los viejos bares históricos son reemplazados por locales de "samba y tapas", mientras a él no le queda más remedio que tocar villancicos en un restó para ganarse el pan. Seb es un purista de la música, al cual hasta le cuesta salir con mujeres que no disruten del jazz tanto como él; ergo, no sale con ninguna. Sin embargo, una serie de encuentros casuales y poco afortunados cruzará su camino con el de Mia, interpretada por la carismática Emma Stone, una joven aspirante a actriz que llegó a Los Angeles hace seis años para probar suerte en el mundo del espectáculo, "esperando a ser encontrada" mientras la rechazan en cuanto casting se presenta. Cuando ambos vuelven a cruzarse en una fiesta, comienza el flirteo. En especial a partir del momento en que Seb la acompaña a buscar su automóvil estacionado sobre la colina en Griffith Park, frente a una hermosa vista panorámica de la ciudad semi-iluminada: cuando reconocen la belleza del paisaje pero se lamentan no estar con otra persona, es evidente que se gustan, jiji.
Y, sinceramente, ¿cómo no hacerlo? Si había alguna mujer con sangre en las venas que todavía no estuviera rendida ante la mirada de cachorrito mojado de Gosling... bueno, hasta acá llegó; en cuanto lo vean tocando el piano con una sola mano, con su mechón sobre la frente y poniendo esa sutil cara de tonto que tan bien le sale (si vieron The Nice Guys saben de cuál hablo), van a olvidarse de Diario de una Pasión y van a tomar este film como su nuevo referente gosliniano. Respecto a Stone... la actriz irradia una frescura y un encanto tan espontáneos y genuinos que supera cualquier otra interpretación femenina vista en el último año; es imposible no salir de la sala perdidamente enamorado de ella (creo que pocas veces se la vio tan radiante como cuando viste ese vestido amarillo o cuando baila sola en el bar).
Además, siendo ésta la tercera vez que ambos comparten pantalla (luego de Crazy, Stupid, Love y Ganster Squad), la química entre ellos es instantánea e innegable. Sus interpretaciones son naturales y creíbles, sin tintes cursis ni sentimientos forzados porque el guión así lo requiere; de igual manera, la evolución del noviazgo se siente verosímil y real (más de uno se sentirá identificado en algún punto). Técnicamente, la pareja es excelente en sus líricas y sus pasos de baile... y aún así, no se sienten "demasiado perfectos"; por supuesto que habrán estado ensayando y practicando durante meses, pero reconozcámoslo: ni él es Fred Astaire ni ella es Ginger Rogers (aunque Stone sale mejor parada). Esto, que puede parecer algo negativo, termina siendo un plus porque afirma la verosimilitud del relato: no son personas que, repentinamente, bailan "como los dioses" sin ser bailarines.
Sobre el elenco secundario realmente no se puede decir mucho, porque casi ni figuran: tenemos a J.K. Simmons como el dueño del bar donde trabaja Seb; Rosemarie DeWitt como su hermana mayor, y el músico John Legend como Keith, un ex-colega de Seb. Pero ninguno de ellos tiene ni la suficiente incidencia en la trama ni los minutos en pantalla como para destacarse demasiado; hacen su trabajo y punto. Claramente Stone y Gosling son los protagonistas indiscutidos de esta historia, apareciendo alguno de los dos (o ambos) en casi todo minuto de la cinta; de hecho, suelen aparecer perfectamente centrados en cuadro.
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Volviendo a la historia, conforme avanza la película, Seb va dejando de lado el sueño de abrir su propio bar en pos de una estabilidad financiera que ayude al crecimiento de la pareja. Por su parte, Mia se anima a renunciar a su empleo y comenzar a escribir una obra de teatro unipersonal, con toda la ansiedad y miedo que lógicamente eso conlleva.
Y ése es el tema principal que plantea Chazelle en La La Land: ¿hasta dónde estamos dispuestos a perseguir nuestros sueños? ¿Qué estamos preparados para sacrificar a cambio de conseguirlos? ¿Qué tanto nos ayuda la pasión que sentimos por lo que hacemos a conseguir el éxito personal y profesional? ¿Cuántas veces nos pasó que, como le ocurre a Mia, nos cuestionamos diciendo "Quizás no soy tan bueno en esto como pensaba"? El joven director/guionista consigue una empatía absoluta con todos aquellos que alguna vez sintieron ese temor, con todos esos diseñadores que ven sus entregas vapuleadas por docentes universitarios, con todos esos estudiantes de Abogacía o Medicina que observan cómo su carrera se extiende más de lo deseado, con todo aquel que alguna vez pensó "Che... esto no funciona, quizás realmente no es lo mío". Porque, en definitiva, el film no es acerca del amor entre Mia y Seb, es acerca de la pasión que siente cada uno por sus respectivos sueños.
Afortunadamente, Chazelle evita recurrir a un dramón lacrimógeno y nos regala un musical impresionante que homenaje a lo mejor del cine clásico, retomando aquella noción casi romántica de Hollywood como "fábrica de sueños". La La Land es prácticamente una cartita de amor al "star system" de la ciudad californiana, un lugar donde "todo se venera pero nada se valora": por ejemplo, el bar donde trabaja Mia, dentro de los estudios de Warner Bros., está ubicado exactamente frente a la ventana por la que se asomaban Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca.
Pasando al lado técnico, la cámara siempre está colocada en el lugar ideal. Cada encuadre está meticulosamente planeado mediante una puesta en escena que pone a llorar a varias superproducciones con el triple de presupuesto: elementos en segundo o tercer plano nos remiten a la era dorada de los estudios cinematográficos, con afiches de films clásicos o murales con Marilyn Monroe y James Dean, mientras que varios planos secuencia (cuando la cámara se mueve de un lado a otro sin efectuar ningún corte) perfectamente coordinados dan vida a los números musicales, uno más hermoso que el otro (el epílogo es una cosa de locos).
A esto hay que sumarle el descomunal trabajo del director de fotografía, Linus Sandgren. La película presenta varias escenas filmadas sobre el final de la tarde, a esa hora cuando casi casi es de noche pero todavía no, lo cual resalta aún más los colores y logra darle a todo un tinte mágico, casi onírico, en una ciudad que también es protagonista (Dato extra: Chazelle hizo cambiar cada una de las bombillas de luz de los faroles, para que iluminen un poco más de lo normal).
La dirección de arte es exquisita, con una magnífica paleta repleta de colores primarios y radiantes, especialmente al comienzo (el plano de Mia bailando con sus amigas, cada una con un color de vestido distinto, es bellísimo en su simpleza y efectividad), para luego ir apagándose paulatinamente, volviéndose todo más serio y opaco a medida que los sueños maduran y la relación comienza a mostrar fisuras.
Es imposible no hablar de la música. Nuevamente a cargo de Justin Horowitz (el mismo de Whiplash), la banda sonora, totalmente original excepto por dos covers que suenan por ahí, no solo es vital a nivel narrativo (estamos ante un musical) sino que además es un deleite absoluto para cualquier amante del jazz y el swing. Reconozco que siempre me gustó el jazz (mi viejo me hacía escuchar a Sinatra cuando yo era chico) y que en los últimos años profundicé aún más en el género, pero aún así: es el mejor soundtrack original de los últimos años, sin duda alguna.
Algo que me sorprendió gratamente es que la película es mucho más divertida de lo que anticipaba. Sí, por supuesto que tiene su cuota emotiva, pero además tiene un grado de humor en las interpretaciones (especialmente la de Gosling) que se mantiene a lo largo de casi todo el relato. A diferencia de lo que suele ocurrir actualmente con muchas comedias, que a veces ya revelan sus mejores chistes en la previa, ninguna de estas escenas o diálogos se vieron en los numerosos avances o spots televisivos, algo que agradecemos los que vemos cada trailer.
Los espectadores casuales encontrarán homenajes obvios a films como Singin' in the Rain y Top Hat, mientras que los más cinéfilos sabrán reconocer influencias de los musicales de Jacques Demy en los '60s, como The Umbrellas of Cherbourg y The Young Girls of Rochefort, así como varias pequeñas referencias a otros films (especialmente en el mencionado epílogo). Aún así, Chazelle en ningún momento ahonda en el tributo solemne sino que logra fusionar los guiños al pasado con los pies firmes en el presente y la mirada puesta en el futuro. De esto mismo habla Keith cuando, algo molesto con Seb, le dice que su problema es que intenta salvar al jazz de la manera errónea: "¿Cómo quieres ser un revolucionario si eres tan tradicionalista?". Chazelle nos dice que debemos saludar y respetar lo que ya pasó, pero trazar nuestro rumbo hacia lo que vendrá.
En definitiva, La La Land es una de esas pocas películas donde cada aspecto (dirección, fotografía, vestuario, elenco, etc.) se mueve al unísono del conjunto y sin dar paso en falso. Lo que es mejor aún: es de esos films que te hacen abandonar la sala con una sonrisa de oreja a oreja (ni se les ocurra verla pirateada, porque voy personalmente y les rompo las rodillas con un pan duro).
Así que traigan a los rebeldes, los pintores, los poetas y las obras de teatro: ésta va para todos ellos.
VEREDICTO: 9.5 - PARA LOS SOÑADORES
Realmente es asombroso que Damien Chazelle, con tan solo 31 años de edad y en su tercer largometraje, haya realizado semejante film. Dejá de lado cualquier tipo de prejuicio sobre los musicales, las comedias románticas o simplemente "lo cursi" (que tampoco lo es tanto): La La Land es una maravilla de punta a punta, con una calidad absoluta en cada uno de sus rubros técnicos y artísticos. Una muestra perfecta del cine como séptimo arte, destinada a convertirse en un clásico del género.