Nostálgica, visualmente arrolladora y con una historia romántica potente, "La La Land" ofrece un merecido homenaje a los musicales y dos actuaciones magnéticas de Emma Stone y Ryan Gosling.
Después de su anterior película Whiplash: Música y obsesión, ganadora de tres Oscar, el director Damien Chazelle arremete con esta comedia musical que cosechó siete premios en la última entrega de los Premios Globo de Oro y se perfila como una de las favoritas para la próxima entrega de las estatuillas de Hollywood con un total de 14 nominaciones.
Como un bienvenido homenaje a los musicales de los años 40 y 50, y con un género que está prácticamente desaparecido de la pantalla grande, Chazelle despliega sus propias obsesiones: su amor por la música y también por el cine de antaño en esta cuidada y atractiva puesta en escena que también juega al "teatro dentro del séptimo arte".
Desde el comienzo en una colapsada carretera de Los Angeles, donde los automovilistas cantan, bailan y saltan exponiendo sus dramas y penurias cotidianas, la película une los caminos de dos almas que buscan el triunfo: Mia -Emma Stone-, una aspirante a actriz que trabaja en la cafetería de los estudios de cine, y Sebastian -Ryan Gosling-, un pianista que sueña con tener su propio club de jazz. Ambos se cruzan en la autopista y sus vidas cambiarán para siempre.
Nostálgica, visualmente arrolladora y con una historia romántica muy potente, La La Land ofrece entonces un cálido homenaje y no es casual que desarrolle parte su acción en el observatorio del Parque Griffith, conocido por la película Rebelde sin causa; el cine Rialto donde los protagonistas se desencuentran y en las escenografías cambiantes del set que alguna vez vio nacer clásicos.
Es cierto que es una película para cinéfilos pero también para todos aquellos que quieran enamorarse como lo hacen Mia y Sebastian, dos personajes encarados con los intérpretes ideales acompañados por el jazz: Emma Stone juega a la actriz insatisfecha que prueba su suerte, sin demasiado éxito, en varias audiciones en las que no le prestan atención, e impregna a su Mia de emoción y mirada triste con el tono adecuado. En tanto, Gosling se deja seducir por las teclas de piano e intenta acercarse a la mujer de sus sueños, mientras arrastra apremios económicos y sentimentales.
Con ecos de Cantando bajo la lluvia, con escenas bien coreografiadas, fantasía y una realización que apuesta a la supervivencia del jazz y de la mixtura de géneros musicales, La La Land adquiere vida propia, emociona y desliza humor en las escenas en las que interviene J.K.Simmons, el actor de Whiplash. Hipnótica, mágica y hermosa por donde se la mire, la realización tiene el ADN de los clásicos de Fred Astaire y Ginger Rogers, entre polleras acampanadas y toques modernos.