Desde su primera película, “Guy and Madeline on a Park Bench” (2009), el director y guionista Damien Chazelle supo combinar sus dos amores: el cine y la música. “Whiplash: Música y Obsesión” (Whiplash, 2014) lo puso en el candelero de Hollywood y con “La La Land” (2016) terminó ce conquistar a la crítica y el público. Chazelle es un músico de jazz frustrado, sin duda alguna y, aunque puede bucear en otros géneros y salir airoso como el guión de “Avenida Cloverfield 10” (10 Cloverfield Lane, 2016), son las historias musicales y cargadas de pasiones, las que mejor le sientan.
Menos mal que no insistió con su carrera como baterista de jazz porque nos hubiéramos perdido de esta maravilla cinematográfica llamada “La La Land”. En esta dramedia romántica y musical, el realizador se concentra en homenajear al Hollywood más clásico, pero desde una perspectiva muy actual. Estamos en la “tierra de las oportunidades”, donde los soñadores llegan con poco y nada para cumplir sus fantasías de fama y estrellato. Entre ellos se encuentra Mia (Emma Stone), joven actriz que pasa sus días audicionando sin mucho éxito, mientras le sirve café a las estrellas. Por otro lado, está Sebastian (Ryan Gosling), un bohemio músico de jazz que reniega del modernismo y sueña con tener su propio establecimiento. El destino quiere que estos dos crucen sus caminos y se enamoren, a pesar de sus diferencias y sus maneras de ver el mundo.
Desde el minuto cero, con una increíble apertura y un plano secuencia digno de los mejores (aplauso, medalla y beso para el director de fotografía Linus Sandgren), la película nos sumerge en el ritmo de sus canciones -cortesía de Justin Hurwitz y el mismísimo Chazelle-, sus colores y una puesta en escena que recuerda los mejores musicales de la Era Dorada hollywoodense.
Entre numerito y numerito, hay drama, humor, romance y el encanto y la química que surgen entre Gosling y Stone. A él, la historia le queda pintada, y ella logar cautivar a pesar de sus ojos saltones.
Ojo, “La La Land” no viene a cambiar la historia del séptimo arte, pero sí a fusionar lo viejo y lo nuevo con melancolía, un toque de fantasía y un regocijo que inunda el alma de hasta el más escéptico. Su argumento no deja de ser un tanto convencional, al fin y al cabo es una típica historia de amor en las calles de Los Ángeles, pero es una sentida y honesta carta de agradecimiento a la magia del cine y a sus elementos formales por igual.
A menos que sean odiadores de los musicales -tengan en cuenta que los protagonistas se ponen a cantar de la nada como parte de la trama-, resulta imposible no amar cada una de las canciones y salir de la sala tarareando y silbando los acordes de “City of Stars”. Entre otras cosas, Chazelle toma prestada cierta iconografía de “Cantando Bajo la Lluvia”, “Sweet Charity”, “Sombrero de Copa” y otros tantos clásicos, para redefinirlos y aggiornarlos a los nuestros tiempos. Emma y Ryan son el centro de esta historia que también cuenta con J.K. Simmons, John Legend y Tom Everett Scott. Los ojos, y las luminarias, están puestos sobre ellos, sus sueños y deseos, aunque no siempre brillen fulgurantes.
El realizador nos cuenta una historia de amor, pero no cae en convencionalismos, y ahí es donde “La La Land” deja de ser condescendiente y piensa más en las intrincadas relaciones del siglo XXI. Al fin y al cabo, la fantasía persiste porque Hollywood es la tierra de las oportunidades donde los sueños se hacen realidad y el sol sigue brillando a pesar de que las puertas se cierren.