Salvo que a la gente de Hollywood le pique la necesidad de ser trágicos al divino botón, “La La Land” debería ganar el Oscar caminando. Por una vez, este crítico está seguro de que una película le va a gustar a todo el mundo: es el romance entre dos artistas (una actriz en ciernes, un pianista de jazz un poco frustrado) que se desarrolla durante un año, con altas y bajas. Es, también, más que un homenaje al musical (no al “musical clásico”, sino a todo el género), una especie de catálogo: la historia recuerda a “Nace una estrella” y, sobre todo, “New York, New York”; el tono y el espacio parecen provenir de las películas de Jacques Demy. De hecho, es como si Demy dirigiera “New York…”, más una secuencia al final que viene directo de “Un americano en París”. Si no vio nada de eso, la película es un cuento musical lleno de colores, agridulce como lo son todas las fábulas sobre el espectáculo. Si vio todas esas películas, el film se transforma en otra cosa, una especie de pregunta sobre por qué el género ya no existe salvo estas excepciones que, con tanto homenaje, sólo nos recuerdan que ha muerto. Por una vez, además, este crítico dice que detractores y defensores tienen razón. Y que Emma Stone y Ryan Gosling son química pura y constituyen el mejor argumento para ver la película.