La La Land es una de esas películas especiales, de esas que se quedan con vos toda la vida. Y no solo por sus logros técnicos y actorales, sobre los que ya me explayaré, sino por la sensación que causa y lo que te moviliza.
Si acudo a mi memoria sobre películas recientes que me hayan causado algo así tengo que retrotraerme a Hugo (2011) donde dije que Martin Scorsese le había escrito una carta de amor y admiración al cine. Aquí me sucedió lo mismo y no es casualidad porque este prócer viviente tiene mucho que ver con el director de este estreno.
Con tan solo 32 años Damien Chazelle demostró que es la gran promesa y esperanza de la nueva generación de cineastas.
Su fórmula es muy sencilla (en apariencia): homenajear a los grandes maestros a través de creaciones nuevas.
En Whiplash (2014) tomó a Toro salvaje (1980) como gran referencia para el montaje, a Contacto en Francia (1971) y westerns de Sergio Leone para la narrativa y a El Padrino (1972) para la fotografía.
El combo fue excelente y lo dejó más que bien parado en Hollywood con decenas de nominaciones a todos los premios.
Y es justamente a Hollywood, a los años dorados, a los que rinde tributo en esta oportunidad.
Desde los bailes de Fred Astaire y Ginger Rogers en Swing Time (1936) con hincapié en la escena en el Observartorio Griffith, lugar que incluso también se evoca cuando los protagonistas ven Rebelde sin causa (1955), pasando por Un Americano en París (1951) al igual que casi todos los trabajos más reconocidos de Gene Kelly, The Young Girls of Rochefort (1967) en el espectacular plano secuencia del opening, y muchas referencias a musicales clásicos tales como Singing’ in the rain (1952) y West side story (1961).
Con todo esto Chazelle creó un universo impactante para los sentidos y una verdadera fiesta audiovisual con una historia simple, que ya hemos visto millones de veces, como motor.
El esquema “boy meets girl” (chico conoce chica) está tan bien maquillado (en el mejor sentido que se le puede atribuir a esa expresión) que uno no quiere que la historia termine jamás.
El otro gran punto fuerte son las majestuosas interpretaciones de Emma Stone y Ryan Goslig, cuya química en pantalla ya se había recontra probado en otras producciones pero que aquí adquiere un nuevo status.
El talento de ambos es soberbio y puro. Imposible no enamorarse de sus personajes.
Para coronar por completo esta joya del cine voy a describir sin spoilers el climax y decir que posee uno de los finales más satisfactorios que vi en los últimos años, de esos que realmente te pegan en todo sentido.
Ya hace varios días que vi Lala Land y no logró sacármela de la cabeza, la sonrisa con la que salí del cine cuando la vi tardó varias horas en borrarse.
Scorsese y otros genios dicen que el cine murió y yo no soy nadie para discutírselo, pero ver La La Land es creer de nuevo y festejar la magia que únicamente la gran pantalla puede dar.
Incluso si no les gustan los musicales, no se pierdan La La Land