Fábula moderna de amor en un musical del siglo XXI
Lo que diferencia al filme con Emma Stone y Ryan Gosling de otros musicales es sencillo: los personajes bailan porque lo necesitan.
La La Land es excitante, ardiente, es una fábula moderna y un musical del siglo XXI. Da ganas de seguir viéndola, ensayar unos pasitos de baile. Es un homenaje a los clásicos de Hollywood, pero no se queda en el guiño, sino que reconstruye el género en tiempos en que la impaciencia reina. Los jóvenes no se bancan ni videoclips largos, ni qué hablar de relaciones si los desmotivan. La La Land trata sobre dos jóvenes que quieren ser artistas, tienen ambición, que quieren amar y triunfar en Los Angeles.
El orden de los factores, aquí, altera el producto.
Lo que diferencia a La La Land de otros musicales es sencillo: los personajes bailan porque lo necesitan. Es la manera de expresar su corazón. Lo que no pueden con palabras.
Las vidas o los corazones de Mia y Sebastian se cruzaron en el embotellamiento que abre el filme. Entre bocinazos, calor y radios encendidas, cien (sí, cien) automovilistas descenderán de sus vehículos y harán un número musical para el recuerdo, al compás de Another Day of Sun. Tardaron dos días en filmarlo. La canción no ganará el Oscar porque se lo llevará City of Stars, que compone Sebastian a lo largo del filme.
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Emma Stone (el Oscar es suyo) interpreta a Mia, aspirante a actriz que es barista en la cafetería de los estudios Warner Bros. mientras aguarda ser descubierta. Ryan Gosling (el Oscar no es suyo) es Sebastian, músico jazzero que se gana la vida tocando en pianos bares mientras espera abrir su propio club y tocar la música que le gusta.
Son dos románticos, dos soñadores, y dos perseverantes que quieren alcanzar sus metas –y nos recuerdan los sueños de la vieja época de los filmes de Hollywood-. Qué mejor que hacerlo en compañía, pero ¿si lo que uno ansía de alguna manera se choca con lo que desea el otro?
Para ellos parece que estar juntos es fácil, pero amarse les resulta más difícil. Es allí donde la realidad los hace bajar de las estrellas (los números musicales son varios, uno mejor que el otro, como el de la colina de Hollywood, las citas a Un americano en París, Rebelde sin causa, pero el del Observatorio secunda a la escena que abre el filme).
La La Land, como se la conocía a Los Angeles -el título juega con el “la la” de cantar-, decíamos, excita, emociona. Mia y Sebastian se enamoran, se dejan y se vuelven a encontrar, como en cualquier película romántica, pero no es una “comedia” musical. Porque no todo es color de rosa, ya no está Gene Kelly y la gente que va al cine puede conectarse con una historia de amor de verdad. Porque, al fin y al cabo, no todas las historias tienen que terminar. Ni tampoco tienen por qué terminar bien. ¿O sí?