Se estrena La La Land: una historia de amor, de Damien Chazelle, la favorita del año para los premios Oscar, protagonizada por Emma Stone y Ryan Gosling.
No sucede todos los años, pero cuando pasa hay que admitirlo: La La Land se merece todos los premios.
¿Es una obra maestra? Es muy temprano para asegurarlo. El tiempo será el encargado de debatirlo, pero lo cierto es que es una película tan hermosa como triste, melancólica, cuidada, calculada, cinéfila, de autor, pero sobretodo intelectual.
Sí, una comedia romántica musical más sofisticada de lo que aparenta. ¿Por qué? Porque tiene muchas más sublecturas de lo que se puede ver. No es una obra existencialista sobre la vida, sino una obra existencialista sobre el arte en general. Un debate acerca del amor que se le puede poner a una expresión artística y si ese amor es recíproco, y como ese amor o sentimiento choca contra el amor físico hacia otra persona. Los egos narcisistas del aspirante a actor o músico deben lidiar con el de esa persona soñada, idealista, y si los dos aspiran a lo mismo, tendrán que elegir, entre lo que los apasiona, el éxito y crear una vida conyugal. Y la conclusión a todas la paradojas de la vida es la misma: es imposible ser feliz.
Como el protagonista de Whiplash: música y obsesión, cuya única meta era ser un gran baterista y darle una lección a su posible mentor, los personajes de La La Land persiguen sueños imposibles, y viven en dimensiones paralelas. En el final de su segunda película Chazelle exponía un sentimiento agridulce: el personaje perdía todo, pero lograba demostrar e imponer su tempo, a base de insistencia, ¿pero era esto real o solo una manera de quitarse las ganas, de vengarse?. Un capricho.
Los personajes de La La Land son soñadores caprichosos. El film comienza en la autopista rumbo a Los Ángeles. Trabajadores comunes dan la bienvenida con un sofisticado número musical en el que no coinciden las voces con la modulación. El entorno es real, pero en el interior no deja de haber artificio. ¿Por qué?. Chazelle filma toda la secuencia sin cortes, con movimientos de cámara sofisticados, pero que no rememoran al Hollywood clásico. La sensación, es que detrás de la alegría se oculta algo cínico, oscuro. Como sucede en las aperturas de los films de Robert Altman, que también abrían –varios de ellos- con planos secuencia.
A partir de ahí, el espectador conoce a Mía, una actriz que no consigue quedar adentro de ningún casting, y debe conformarse con trabajar en la cafetería de los estudios Warner. El mundo rosa, cinéfilo y musical del personaje interpretado con una belleza increíble por Emma Stone, resulta demasiado inorgánico y hasta el momento, el film parece una suma de escenas sofisticadas, perfectas a nivel técnico pero forzadas, frías, sin verdadero sentimiento.
Y ahí es cuando Chazelle entra realmente en la película. Cuando aparece Sebastian –Ryan Gosling-, una pianista de jazz rebelde que solo quiere tocar Free Jazz. Y ahí cambia el tono, y empieza otra película. Entre Mia y Sebastian hay una conexión. Son dos románticos del arte, dos figuras aisladas del mundo que bailan solas en medio de la noche. Ambos se enamorarán mutuamente, pero el éxito no les sonríe. Es extraño encontrar una comedia musical romántica en la que el guión sea más inteligente de lo que aparenta, pero La La Land es el caso.
Detrás de las bellas coreografías –que cumplen bien su propósito, no son sofisticadas ni tapan el drama- la imaginativa apuesta audiovisual que remite a Vincente Minnelli, Stanley Donen, Busby Berkeley y con citas literales a Rebelde sin causa, reminiscencias a Sweet Charity, Los paragüas de Cherburgo, etc. se oculta un film sumamente oscuro sobre las paradojas de la vida. La moraleja es clara: es imposible alcanzar el éxito o la felicidad absolutas. No se puede tener todo.
Chazelle es un director obsesivo y cuida cada detalle de su puesta en escena. Incluso en las transiciones, hay referencias a Woody Allen. Sí, el film tiene una melancolía asombrosa, acompañada por escenas de un realismo sorprendente, que chocan con la artificialidad de los números musicales, del éxito repentino. El choque de los tonos, la independencia de cada rubro es coherente de lo que significa el Jazz para Sebastian. La La Land es una canción de Jazz.
Contrario a lo que muchos creen, Chazelle no critica la música desde los años 80 hasta ahora –con homenaje a John Hughes incluido- sino al romanticismo utópico de aquellos obsesivos como él que se quedaron en el pasado. ¿Se puede triunfar viviendo en el pasado? se pregunta el director con una película que no hace más que citar obras maestras y clásicas de hace más de 40 años.
El joven director habla de la caída de los sueños, de los mitos, de la edad dorada del cine y la música. Pero aún así declara que la esperanza está en vivir la realidad. Y la realidad es amarga.
La La Land no es romántica porque critica el romanticismo. La La Land no es una comedia musical porque desnuda el artificio de vivir o creer que se puede vivir dentro una inórgánica pieza musical. La La Land es un musical para pesimistas, es casi nietchista, es cínica. Ama y odia a sus protagonistas por igual, y prácticamente no tiene personajes secundarios. Porque detrás de la superficie, los colores y la estética Kitch, detrás de las referencias, de las hermosas canciones, del cuidado de cada plano, de cada detalle, está la oscuridad.
Es muy fácil vivir de sueños. Lo difícil es despertar y darse cuenta de que ver una ciudad desde el aire o un encuadre soñado desde otra perspectiva, puede ser una imagen horrible.
La La Land: una historia de amor, es un tour de forcé de emociones concientemente contradictorias. Un análisis intelectual del artificio del arte, de la infelicidad, planteada –o disfrazada- de una épica romántica llena de colores y sentimiento. Emma Stone y Ryan Gosling tienen una hermosa química, y brillan bajo las estrellas y las luces de este nuevo genio de Hollywood, este autor snob y oscuro llamado Damien Chazelle.