En el preciso momento que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood terminaba de anunciar el récord de 14 nominaciones para “La La Land” (2016), película que bucea en la cultura popular y, especialmente, en las comedias musicales de antaño, se afirmaba una vez más la tradición de premiar, o al menos destacar, producciones que justamente respetaran formas de narrativa clásicas y las pusieran al día.
Pasó con “El artista”, por citar solamente un caso reciente, y nuevamente vuelve a pasar con esta historia de amor, de pasión y de sueños con la que Damien Chazelle regresa a las pantallas tras la prometedora “Wiplash” con la que revolucionó todo.
“La La Land” sigue los pasos de dos almas en pena (Emma Stone, Ryan Gosling), dos jóvenes que sueñan en grande a pesar que el presente los encarcela en rutinas tediosas y en tareas que ya no desean continuar.
Por casualidad, o mejor dicho por designios de un guión clásico, sus destinos se cruzan y a partir de ese primer encuentro la progresión de la historia desandará el amor y desamor de ambos mientras cada uno, en lo suyo, comienza a despegarse del otro.
Chazelle no es complaciente con sus personajes, y los va desnudando en la pantalla con sus miserias y con sus sesgos, y a pesar de ello va configurando, estratégicamente, un relato que contiene a ambos a pesar que la obviedad del mismo se neutraliza gracias a algunos de los números musicales.
El espectador especializado, o el cinéfilo más ávido, podrá reconocer varias referencias a grandes musicales de antaño, los que, revisitados, envisten de nuevo sentido cada canción y baile que los protagonistas den.
Pero como está Chazelle detrás de la pantalla, claramente el relato no será bondadoso con ellos, y en medio de la dulzura, de los colores, de la precisión escénica, de la simpleza de algunas bellas imágenes, habrá una mirada que coloque a ambos en una posición que podría haber sido diferente.
Tras años de sufrir con adaptaciones de musicales de Broadway e intentos de resurgir un género que otrora supo conseguir miles de adeptos, el director convierte su propuesta en un homenaje pero también en una recuperación discursiva que funda en la nostalgia y en la alegría su posibilidad de disfrute.
Sebastian y Mia (Gosling, Stone) transitan por la ciudad mientras conforman su historia en cada paso, baile y canción, hasta que uno de ellos decide, por sí mismo, y por el otro, dedicarse de lleno a una carrera.
Ahí el guion trastoca su fundamento, y mientras todo lo bueno comenzaba a pesar, una salida hacia otro espacio, más oscuro, comienza a opacar la luminosidad con la que se decidió trazar el camino del amor de éstos.
“La La Land” funciona como musical, pero también como romcom porque sabe que la química de los protagonistas y su entrega está presente, algo que hoy sería imposible pensar con otros actores aún cuando el destino de ambos quede sellado con un sinsabor, también una marca registrada en el género.