Brindis de amor.
La La land es la película del momento, sus premios y nominaciones la han vuelto una cita obligatoria para espectadores, críticos, comentaristas, gente de los medios y, si la rueda sigue avanzando, cientos de otras personas que desde sus disciplinas se acercarán a opinar, como suele pasar cuando una película se transforma en un fenómeno que la excede. Es la candidata ideal para la insufrible e intolerable pregunta anual de ¿Era para tanto? Pregunta que no tiene respuesta, pregunta que surge cada vez que entra en el radar una película que no suele aparecer frente a los ojos de tantos espectadores. Todo esto no es la película sí mismo, todo esto es lo que la rodea. Así que pasemos a lo que sí es, a lo que se está en la pantalla.
La La land es una película conectada con el cine y con la música. Es un film musical, no es un musical clásico porque hay demasiadas referencias al mundo exterior, hay demasiadas opiniones sobre ese mundo y los artistas. Tal vez a nadie le importe en lo más mínimo si es clásico o moderno. ¿Por qué habría de importarle a la gente que la protagonista hable de La adorable revoltosa o Tuyo es mi corazón, dos películas que fuera de la cinefilia nadie recuerda? Ahí está Casablanca, por si acaso, la cita más fácil posible de la cinefilia mundial. Si conocen una película del Hollywood clásico, probablemente sea Casablanca. Hay que admitir que la elección de Rebelde sin causa también es buena, porque es uno de esos films cuyo título la gente le gusta usar y su poster adorna paredes por todo el mundo, aun cuando hoy por hoy prácticamente nadie la haya visto o sepa algo de la película.
La más perfecta de las estructuras es la base del guión de La La land. Ella es una aspirante a estrella de Hollywood que trabaja en una cafetería, él es un músico de jazz que sueña con tener su local propio para tocar y difundir la música que más le gusta. Se van a conocer y se van a enamorar, a pesar de algunos conflictos iniciales, como también corresponde a la más básica de las estructuras. Alrededor hay gente mala que no los valora ni los respeta, el mundo de sus sueños parece desmoronarse, pero ellos no se rinden. Más clásico imposible, más básico no podría ser. Todo eso funciona a la perfección en la película, todo es luminoso, emocionante, brillante, bello. Por qué así era el Hollywood clásico y todas las cinematografías que lo imitaron. No faltan las canciones, la magia, los colores, el Cinemascope, la ilusión, el artificio, la felicidad. Pero entonces cuando ellos van a besarse en la oscuridad de la sala donde ven Rebelde sin causa la película se corta. Es un anticipo de lo que está por venir, pero solo eso. La escena que sigue es más grande que la vida. La belleza alcanza su punto más alto. Es el momento en el que uno espectador que sabe de cine empieza a preocuparse, porque la película aun no hay desplegado todo su juego, aun cuando lo haya anunciado.
No por error, sino a propósito, la película describe enamoramiento y llega a su clímax en la mitad de su relato. Pone en imágenes la belleza del amor. Es obvio que tiene que surgir un conflicto. El tráiler de la película era tan maravilloso y feliz que la tercera vez que lo vi pensé que había algo escondido, que los premios no podrían llegar en manada sino hubiera una vuelta de tuerca amarga. No me equivoqué. La La land era desde el comienzo una película que buscaba ir por el camino no del musical clásico, sino del musical moderno que homenajea al clásico. El ejemplo más cercano, el más claro, el que casi ubica a La La land como una remake, es el cine de Jacques Demy. Entiendo que los críticos somos excesivamente puntillosos con la película, pero es la película la que primero invitó a reflexionar y cuestionar todas sus formas. No es un buen camino –en este caso- enredarse con interpretaciones rebuscadas y pasar por alto lo que disfrutamos al verla. Como musical La La land está bien, porque no buscar ser una de esas monstruosidades europeas que utilizan el musical para cosas horribles. En ese sentido, la película se ubica cerca de Jacques Demy pero también –y aunque apenas hizo musical- de Woody Allen, el cineasta que ama tanto a Hollywood clásico como al cine europeo. Pero acá les paso un dato: Los que se dicen fanáticos de Woody Allen ignoran casi siempre las raíces hollywoodenses del director de Todos dicen te quiero. Y la sensación que uno tiene viendo La La land es que a Chazelle no le alcanza con amar a Vincente Minnelli, Stanley Donen, Gene Kelly, Fred Astaire y Ginger Rogers. Nuevamente estamos hilando fino, lo sé. ¿Cuántos espectadores que irán a ver La La Land han visto alguna película de ellos o protagonizada por ellos? Tampoco importa, pero igual no puedo evitar hacerme la pregunta.
Los musicales son históricamente el territorio de la felicidad, de la fantasía, del sueño, son históricamente el género en el cual los espectadores se refugian de una realidad gris, triste, peligrosa. Hay varios musicales que saben es así y lo explotan al máximo. Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy (La La land es muy parecida) es la respuesta a cómo hacer un musical clásico y un melodrama y que funcione, la combinación de luz y sombra en un perfecto mundo de color. Podríamos citar otros casos, pero no vale la pena, quien conoce de musicales, sabe que los hay. Sin embargo, acusar a La La land de tantas cosas es caer en la cinefilia enojada con las películas que hablan sobre cine. La única objeción que quisiera destacar es cierta autoindulgencia y demagogia que la película tiene con la industria del cine. Entre muchas otras cosas, La La land parece hecha para la industria del cine, para que todos los que hacen cine y eligen premios de cine se sientan endulzados por la película. Si una cosa amorfa y horrible como El artista pudo ganar el Oscar, ¿Por qué no habría de hacerlo una gran película como La La land? Aun con sus defectos la película funciona, avanza, se impone. Y lo que importa no es su agenda, sino los resultados en la pantalla.
Cómo postura de vida yo pienso que no hay que tener conversaciones con gente que dice que no le gusta el cine musical o cualquier otro género cinematográfico. Quien ama el cine ama los géneros, si no es así, tal vez se equivocó de arte. La La land es un musical hecho y derecho, con vida propia. Con una primera parte arrebatadora, luego un paseo por un camino más triste y gris y luego la recuperación de todo lo hecho al comienzo, aunque ya sabiendo más cosas sobre los personajes y su vida. A diferencia de la citada Los paraguas de Cherburgo, acá los protagonistas finalmente reconocen que su amor terminó, pero ambos consiguieron exactamente lo que estaban buscando al comienzo de la historia. El final es agridulce, pero no amargo, no es deprimente, es melancólico. La película del momento siempre nos empuja a la sobre interpretación. Frente a la duda yo elijo admitir lo que me pareció de primera mano, sin sospechas. Lo que me dice es lo que acepto, y no lo que yo creo que secretamente. No conforme con esto, la vi por segunda vez y, como suele pasar, me pareció exactamente lo mismo. Es un bello musical, dulce y melancólico, donde dos opuestos se conocen, se aman, se ayudan a cumplir sus sueños y se separan. Lo agridulce a veces funciona bien, como es el caso de La La land.