Transitando a lo largo de una noche larga y oscura
El fuera de campo es aquí una alegoría más que un recurso estilístico. Lo que se muestra no cuenta tanto. Lo que está oculto es lo que vale. Como ocurría en esos años, cuando era más lo que permanecía entre sombras que lo que estaba a la vista. El film habla del terror sin nombrarlo. Se lo siente a lo largo de una noche donde no pasa casi nada por afuera y pasa todo por el alma de Francisco, un tipo algo bueno y algo gris, que tendrá por delante un desafío y deberá elegir.
El film no es redondo y a veces parece más un ejercicio de estilo que otra cosa. Sin embargo, mira con ojos distintos un tema muy transitado. Y lo hace con pocos recursos, dejándose envolver por la oscuridad de entonces.
Estamos en Buenos Aires en 1977. Una vieja amiga le pide a Francisco que vaya a avisarle a una pareja que esa noche los van a ir a “buscar”, que se escapen. Francisco no los conoce. “¿Por qué me lo pedís a mí?” le pregunta. Y de a poco ese pedido resuena en su conciencia. ¿Y si de él depende que se puedan salvar? Y allí va. Tanteando en una ciudad oscura y acechante. Tratando de encontrar y encontrarse. Y el miedo aparece prefigurado o difumado. No hay sirenas no hay corridas no hay armas. A veces surge de unos pasos, otras veces se asoma detrás de la ventanilla de un ómnibus. Está pero no se deja ver.
Repetimos, no es un film redondo, a veces se repite, los secundarios no siempre suenan bien y algunas escenas carecen de sustancia. Incluso da la sensación de que daba más para un medio metraje que para un largo. Pero vale por su enfoque, por ese terror minimalista que lo recorre, por la manera de dejar ver lo que no se veía. El film muestra lo que no está. Y, lo que desapareció –dice - le da identidad y sentido a la historia de un Francisco que una noche decide cambiar de rumbo. Ya lo dijo Borges: “cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es”.